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ETICA, TÉCNICA Y ESTILO DEL ANALISTA: 3. El estilo del analista tributa al inconsciente, entre étic

  • Eduardo Gomberoff
  • 17 mar 2019
  • 5 Min. de lectura

Sujeto a un nuevo orden, el recurso a la técnica se vuelve más sobrio. Lacan, en consecuencia, apostará por el estilo. El estilo del analista, planteará Guyomard (1998c, p.130), hace de la técnica un pretexto para vincularse con el inconsciente. Puede existir una técnica solvente sin necesidad de la verdad, pero tratándose de la proveniencia del inconsciente, no ha lugar un estilo sin una palabra verdadera. La técnica de los grandes analistas es imitable pero a riesgo del fracaso. Cada analista se debe a su propio estilo, habrá de inventarse, pacientemente, uno singular. Los procedimientos de Winnicott, Lacan, Bion, Klein, etc., no devienen contraproducentes o más bien, no dan esa impresión en tanto integran el estilo de sus propios autores, es decir, expresan lo que para cada uno de ellos sostiene el vínculo con el inconsciente, con la transferencia, con la posibilidad de desear analizar. La teoría no está nunca donde se la quiere, la ordenanza técnica no responde a una pragmática derivada, aunque haga parte de una cierta verdad y, en consecuencia, posea un reducto teórico. Afirmar que la técnica es la puesta en acción de la teoría, es sustraer del inconsciente su espectralidad a fin de reemplazarlo por lo que se sabe de él, situando el saber por sobre la verdad. La técnica - si fuese necesario conservar aún el término - consigna la marcha del estilo del analista; el método freudiano no será, entonces, cierto encadenamiento con una teoría, sino el movimiento del inconsciente cuyo estatuto difiere de toda formalización en curso. A lo anterior se aboca Freud cuando acuña el concepto de atención flotante. No se trata, empero, que el analista focalice en el paciente su ligadura teórica, opera aquí una doble banda entre ética y técnica, es decir, se articula la transferencia del analizante y la atención flotante del analista; en otros términos, se abre paso la función propiciatoria del analista constituida por el corte en el discurso del analizante. Tal como lo señala Lacan (1955), este concepto freudiano no debe entenderse como fluctuación, sino como igualdad que acontece en la asociación libre llevada a cabo por el analizante. Aunque obedeciendo a lógicas contrapuestas, ambas se resisten a seleccionar o retener significantes dado que, en todos los casos, tales iniciativas las sustenta el yo; en el analizante, como sutura de una repetición que rodea la verdad con el decir a medias de la angustia; en el analista, como resistencia a reconocer que no sabe de quién habla.


Bajo el subterfugio de la técnica, es el inconsciente - cuya ley no puede ser identificada con la teoría - el que pone en acto; caso contrario, la realidad se vuelve dúctil y el inconsciente ya no comparece como el discurso del Otro, como esa verdad que habla en el Sujeto más allá de sus confines. Cuando Lacan sostiene que el análisis puede dar al analista la medida del inconsciente, no identifica a éste con su teoría, es su palabra la que se identifica con el discurso de dicho inconsciente, lo cual hace la diferencia. ¿Hay una teoría del análisis? Seguramente sí. No sabemos si la teoría de Lacan sea la mejor. De aquí se infiere que la cuestión no es tanto ser lacaniano, como ser analista.


El estilo del analista implica una consideración ética, no ya procedimental; una vez más, el estilo está ligado al inconsciente, de hecho, constituye su afirmación práctica. Lacan, con mayor énfasis que Freud, pone de relieve la imposibilidad del análisis como asunción práctica, sus formulaciones constituyen una orientación sólo a partir de un trabajo analítico; en efecto, es imprescindible volver sobre sus tesis a fin de interpretarlas como él mismo lo hiciera con Freud. Su práctica no puede ser imitada, sino reasumida; cada analista debe forjar su propio estilo y no tanto conformar su experiencia con la de otro; en tal sentido, no hay herencia, toda filiación habrá de ser objetada: La fidelidad como deseo superó, con creces, el afecto a lo verdadero; si la verdad hace parte del proceso analítico, dicho proceso dará pie a una producción de verdad. El amor a la verdad puede resultar destructivo cuando se olvida que la verdad sólo se dice a medias. El problema, no obstante, no se reduce sólo a esto, en la afirmación del inconsciente, importa la certeza del Sujeto; dicha afirmación depende de un tiempo y de un juicio. El inconsciente sólo es plausible tras haber sido reconocido; accede a su estatuto de verdad a fuerza de ser sostenido y afirmado; al psicoanálisis no le compete recabar sus contenidos sino hacerlo partícipe de la existencia como parte del tratamiento. El inconsciente y la verdad no son cosas, hablan, su advenimiento lingüístico se supedita a la dialéctica del reconocimiento.


¿De qué se trata tal reconocimiento? ¿Analíticamente, quién capitaliza esta función? La respuesta parece unánime, el analista constituye el soporte. Lacan afirma que si se forman analistas es para que haya Sujetos en donde el yo quede obturado. Esto constituye un ideal: a) en tanto que nunca se verifica un Sujeto sin yo, es decir plenamente realizado; b) en tanto que el psicoanálisis no deja de aspirar a una existencia subjetiva del Sujeto. Desde la perspectiva del analista la anulación del yo hace insostenible cualquier énfasis personal y cualquier intento de fundar, a partir de allí, un acto instituyente. La producción es dual:

“… hay allí, del lado del paciente, un sujeto compuesto por una verdad que busca expresarse (eso, Ello) y por un Yo que es resistencia al pasaje de esa verdad al enunciado; y del lado del analista un Yo que es tan imaginario como el del paciente y un sujeto que por su formación analítica (análisis didáctico, experiencia clínica y conocimiento teórico) es lugar para un reconocimiento posible de la verdad del Otro.” (Braunstein, N. (1999, p.194).


De esta manera se pone en marcha el proceso en donde lo peculiar conlleva la borradura de uno de los interlocutores; es más, de la economía del yo del analista dependen todos los dispositivos que tributan las técnicas propias de la cura y la similitud del encuadre. El Sujeto, tras la oclusión de la persona - real o imaginaria - de su analista, queda confrontado con el ordenamiento simbólico que presidió su vínculo con el mundo humano, asimismo, queda destinado a la búsqueda de su ser sustrayéndole todo lastre imaginario. El analista juega a no ser el otro del analizante, su respuesta debe marcar la relación imaginaria como efecto de una palabra ordenadora del Otro simbólico. Se trata, entonces, de facilitarle al Sujeto el acceso a su propia verdad sin los soportes imaginarios que habitualmente le permiten reconocerse desconociéndose. Si no hay Sujeto sin yo, si no existe, por tanto, Sujeto plenamente realizado, el consecuente habrá de hilvanar una imposibilidad que concurra a la búsqueda de una aproximación asintótica al ideal, ahora, con base en la neutralidad analítica. El asunto no consiste, sin embargo, en la subsunción del psicoanalista como persona en el mundo, sino en la vigilancia de cara al deseo inconsciente de su paciente, en el silencio que se ofrece a fin de darle la palabra al Otro más allá del otro.


Referencias


Braunstein, N. (1999) Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis. (Hacia Lacan). México: Siglo XXI Editores.


Guyomard, P. (1998 c). El tiempo de la acción. El analista entre la técnica y el estilo. En

Mannoni, M. Un saber que no se sabe. La experiencia analítica. Barcelona, España: Gedisa.


Lacan, J. (1955) Variantes de la cura tipo. En Escritos 1, (pp. 311-348.) 1994. México: Siglo XXI editores.

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