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Psicoanálisis en Chile: Diez claves de interpretación

  • Eduardo Gomberoff
  • 17 mar 2019
  • 48 Min. de lectura

“El conocimiento del pasado no es un dato inmediato, la historia constituye un ámbito en el que no puede haber intuición, sino únicamente reconstrucción, y en el que la incertidumbre racional es sustituida por un saber fáctico cuyo origen es ajeno a la conciencia” (Veyne, 1984, p. 56)


Introducción


Como si se tratase de una trama donde todo linaje se confunde, tarde o temprano, con el archivo del secreto. Esta sería la historia de una intimidad soberana, en cuyo favor habrá de comparecer la peripecia, la edad indefinida de los asuntos humanos. Basta el advenimiento, no obstante, de aquello que difiere del cálculo, un miedo, un sueño, un malestar… para que los próceres de cada cual depongan sus banderas. La experiencia consignada por el psicoanálisis no es otra que la reservada, de antiguo, a la infamia, al reclamo inefable del desecho. Que entre Freud y Lacan se haya podido formalizar esa experiencia no resulta, sin embargo, de una especial vocación por lo siniestro, lo ominoso, basta con escuchar viejas historias de lobos o resistirse a creer en la asepsia de la lengua. Todo lo cual, hace parte de una memoria que ha de ser cotejada con pequeños residuos subjetivos que se ofrecen, con tonos desiguales, a la escucha. Pero los bordes comunitarios barruntan la posibilidad de que el psicoanálisis se adapte a la coyuntura social, al trabajo médico o a la vida universitaria. Los hechos ceden, finalmente, ante una lectura menos entusiasta; sus claves, estamos convencidos, dan cuenta de ello.


¿Cuáles serán las condiciones de posibilidad de una historia del psicoanálisis? Dos respuestas tentativas rivalizan entre sí. 1) Aquella que orienta todo su esfuerzo a la prescindencia del estatuto teórico, de la lengua y del método psicoanalítico, en el entendido que sólo bajo el dominio de la distancia, el legado de Freud habrá de concitar legitimidad narrativa. 2) La que, en sentido inverso, reconoce en el psicoanálisis una vocación transformadora de la tarea del historiador, toda vez que demanda un esfuerzo adicional: la disposición del archivo y su desciframiento, el ingreso del Sujeto en un campo topológico, el concepto de verdad histórica y, más allá, la estructura de la ciencia en general. Todo ello habrá de constituir sus hipótesis elementales. La gramática de cuño freudiano aporta, entonces, un elenco de contenidos específicos cuya impugnación resulta, a todas luces, una suerte de consigna; más aún, hacer de la historia del psicoanálisis un asunto a-psicoanalítico constituye, a cabalidad, un anhelo espurio. El presente texto, lastrado por los cambios que introduce el psicoanálisis a la hermenéutica de la historia, es coherente, sin lugar a dudas, con la segunda formulación. A partir de allí, apela a un recurso epistémico no menos decidido en favor del significante[1]. Es sabido que las ciencias del lenguaje hacen parte de la interpretación en cuanto descansan en la idea que los hechos sociales, significan, son signos, todos los cuales, han dejado de remitirse a una pura esencia en beneficio de una trama menos transparente al ser expropiados de su factura material. Sin embargo, resulta plausible otorgarle a esta práctica sólo un sentido restringido que se tramita con independencia de un sistema de pensamiento consagrado como fin en sí mismo, cual es la unificación del texto, la voluntad de hacerlo inteligible aún a costa de sus segmentos residuales.


En rigor, el propósito de formalizar una “historia local del psicoanálisis” no ha de subsumirse en un método que hace parte del trabajo científico. Si hemos de renunciar a la hermenéutica, renunciamos a ingresar como totalidad inanalizable lo que es, en su inscripción simbólica, resto o deshecho producido por la propia historia. Se trata, entonces, de que “la comprensión histórica se ha de tomar fundamentalmente como vida póstuma de lo comprendido” (Benjamin, 2005, p. 462). Lo anterior, exige obediencia a una cláusula rectora: la hermenéutica de la historia ha de acuñar los hechos sirviéndose de enunciados, y ello en tanto que la inteligencia de la facticidad a partir de un supuesto objetivo comporta, ya en su modo de producción, la criba de la lengua. Sólo en el mejor de los casos, no obstante, la lengua se orienta a un buen decir, a un acto de soberanía que replica la experiencia del otro, el otro de la alteridad Más que contar lo ocurrido, entonces, interesa el residuo, el resto de lo que, una y otra vez, se evoca como discurso: el discurso lacaniano inserto en otro más amplio, el psicoanalítico[2]. Nada conseguiríamos con exponer, en un intento de transmisión destinado al fracaso, aquello que bajo el mismo significante un sinnúmero de autores se ha comprometido a consignar de modos diversos y hasta contradictorios. “El psicoanálisis - dirá Lacan - no es una terapéutica como las demás” (1994a, p. 312). Se trata de una práctica que nunca es como las otras, ni siquiera, en todos los casos, como ella misma, efectivamente, dicha práctica no se juega sólo en la reproducción habida en el álbum familiar o en la comunicabilidad de un saber calificado, sino en el “deseo” que registra un Sujeto comprometido con una causa, la del psicoanálisis mismo.


Si bien la historia del psicoanálisis no pertenece al ceremonial de la cifra, de lo cuantificable, es presumible que por debajo de su exotérica opere una ley que establece precedente: la formación del analista y la comparecencia de su deseo (el deseo del analista). En todo ello es posible seguir a Lacan, quien, por lo demás, propone fórmulas institucionales para asegurar que la formación no desaloje el deseo del analista. No es casual que las instituciones (psicoanalíticas), a fin de asegurar su vigencia, segreguen y burocraticen ese deseo. Se trata entonces, de retomar aquí los cabos sueltos de fracasos pretéritos eludiendo identificaciones ilegítimas que redundan sobre lo mismo. El deseo del analista habrá de estar atento a eso que constituye una pura diferencia. Bajo este expediente, la clave - que no es sino un recurso de la exposición literaria - consulta una posibilidad material de abrir lo que permanece en reserva, libera, habida cuenta, el oficio arqueológico, aquello que se guarda para otro. Sólo a posteriori, la clave pasa a significar un conjunto de signos cuya recta interpretación es detentada por un grupo reducido de individuos. A menos que lo intercepte un saber advenedizo, tal estado de cosas permanece inalterable hasta el advenimiento de lo que ha de consignarse poéticamente y, a expensas de Platón, como “un viaje al fin de la memoria” (Detienne, 1985, p. 128). Declinado por los griegos, dicho saber resulta de la rivalidad de hombres libres que coinciden en la ciudad. La normalización de la lengua constituye la historia, a no ser por la inquietud que comporta la clave, esto es, una cierta “actitud de reserva que se abre para siempre” (Foucault, 1992, p. 12). Esta experiencia acontece, convertida ahora en una suerte de símil de la filosofía, en el psicoanálisis históricamente verificable.


Que dicha historia esté prevenida de recaer en tesis humanistas exige del Sujeto, definido ahora en virtud de aquello que comporta su temporalidad, un trazo de memoria. Se trata, sin embargo, de una memoria absoluta que porta ya en su protocolo post-identitario una relación inusual con el olvido. Todo ello convoca la lectura que hace Deleuze (1987) - a instancias de Heidegger - de la obra foucaultiana. En buenas cuentas, lo que contradice a la memoria no es el olvido, sino sus consecuencias mórbidas. El estatuto de autor, por extensión, se transmuta en un tipo de personaje que no deja de desaparecer al momento de cotejarse con su propia escritura, ella, “se experimenta siempre del lado de sus límites; siempre está en proceso de transgresión y de inversión de esa regularidad que acepta y con la que juega” (Foucault, 1999, p. 333). Sabemos que el concepto de autor convoca el desaparecimiento de un efecto de superficie que permite suponer, finalmente, una unidad subrepticia, la fundación de un simulacro como ley general del sentido común: tras la fachada habrá, siempre, algo ávido de ser descubierto, visto, contemplado[3].



Referencias


Benjamin, W. (2005). N. Teoría del conocimiento, teoría del progreso. En R. Tiedemann (Ed.), Libro de los pasajes (1982). (Trad. F. Guerrero), pp. 459-490. Madrid: Akal.


Deleuze, G. (1987). Foucault (1986). (Trad. M Morey). Buenos Aires: Paidós.


Detienne, M. (1985). La invención de la mitología (1981). (Trad. M. A. Galmarini). Barcelona: Península.


Foucault, M.(1992). Raymond Roussel (1963). (Trad. P.Canto). México: Siglo Veintiuno.


Gomberoff, E. (2003). Identidades: psicoanálisis, universidad y transmisión – Una historia chilena. Encuentros, Revista del Colegio de Psicólogos, Buenos Aires 25, 26-3

Gomberoff, M. (1990). Apuntes acerca de la historia del psicoanálisis en Chile. Psiquiatría, VII, 379-387.


Lacan, J. (1994a). Variantes de la cura tipo (1955). En J. Lacan, Escritos, v. 1. (1966). (Trad. T. Segovia), pp. 311-348. México: Siglo Veintiuno.


Veyne, P. (1984). Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia (1971). (Trad. J. Aguilar). Madrid: Alianza.


Primera Clave

Si las construcciones analíticas remiten a un núcleo de verdad histórica justo allí donde la subjetividad entra en escena, entonces, la cuestión del origen se subordina a un dominio que excede el dato puramente historiográfico. Obedeciendo a su devenir estructural, por su parte, el psicoanálisis responde a una topología de la “vecindad” (Deleuze, 2005, p. 227), donde el lugar - léase reparto virtual del espacio, anterior a las cosas y a los seres - precede a sus ocupantes[4].


En el curso de 1858 - dos años antes del nacimiento de Freud - M. A. Carmona, ingresa el caso de Carmen Marín, la endemoniada de Santiago, como prueba “categórica respecto a la existencia de un mundo psíquico ajeno al Yo y a la conciencia” (Roa, 1979, p. 8). Teniendo en cuenta, por un lado, la biografía de la paciente y, por el otro, su experiencia clínica, el doctor Carmona postula la existencia de una estructura desconocida, en la cual, se asientan los síntomas evidenciados por Marín; todos ellos responden a apetencias amorosas y sexuales encabestradas por un sentimiento de pecado y culpa. Análogamente ha de entenderse el agradecimiento que prodiga Freud a G. Greve por su aporte a la sexualidad infantil[5]. En 1911, Freud cita a Greve en castellano para decir que éste expone “(…) de manera clara y libre de malentendidos, el contenido esencial de la doctrina de la represión y el significado etiológico de los momentos sexuales para la neurosis” (1987, p. 3). En tal sentido “(…) numerosas afirmaciones no dejan lugar a dudas - enfatiza - sobre las convicciones con que simpatiza [el Dr. Greve]” (p. 3). Y termina agradeciendo “al colega (probablemente alemán) en el lejano Chile, por la valoración imparcial del psicoanálisis y por la confirmación inesperada de su acción curativa en tierras lejanas” (p. 4)[6].


¿Asistimos al descubrimiento del inconsciente, entidad precursora del psicoanálisis, anticipándose al trabajo realizado por su fundador? Tanto Carmona como Greve, sin embargo, no instituyen una visión premonitoria con base en la estructura propia de lo inconsciente, tampoco coinciden con el oficio puramente historiográfico de quienes - inmunes frente a los embates de la incertidumbre - se han dejado persuadir por la evidencia. No se trata de las determinaciones colaterales en torno a un nombre propio, ni el tributo a una existencia humana, sino cualidad de lugar, posición. “No es solamente el sujeto, sino los sujetos, tomados en su intersubjetividad - afirma Lacan - quienes ocupan sus puestos” (Deleuze, 2005, p. 228). El enigma - si cabe - se resuelve recurriendo a la noción de archivo en tanto testimonio de una práctica que se libera, paulatinamente, de su arcano: comparece, en definitiva, la discontinuidad en virtud de una traza narrativa expropiada de sus autorreferencias. La historia, por tanto, no tiene su origen en una escena primordial consignada como acontecimiento; antes bien, es el acontecimiento mismo el que propicia el devenir narrativo de la escena. Al amparo de un evento sincrónico, ambos empeños, acusan, en todo caso, su vecindad con el siglo del psicoanálisis.



Referencias


Bercherie, P. (1988). Génesis de los conceptos freudianos (1983). (Trad. J. Piatigorsky). México: Paidós.


Freud, S. (1986). Contribuciones a la historia del movimiento psicoanalítico (1914). En Obras Completas, V. 14 (Trad. J. L. Etcheverry), pp. 1-64. Buenos Aires: Amorrortu.


Freud, S. (1987). Reseña y comentarios de Freud al primer trabajo psicoanalítico chileno (1911). Revista Chilena de Psicoanálisis, 6, I, 3-4.


Deleuze, G. (2005). ¿Cómo reconocer el estructuralismo? (1972). En G. Deleuze, La isla desierta y otros textos. Textos y entrevistas (1953-1974) (1972). (Trad. J. L. Pardo), pp. 223-249. Valencia: Pre-Textos.


Foucault, M. (2000). Nietzsche, la genealogía, la historia (1971). (Trad. J.Vázquez). Valencia: Pre-Textos.



Segunda clave

Que el soporte del psicoanálisis venga precedido por una universalidad que se ha resistido a borrar las huellas de su linaje hace parte de su discurso. El estatuto del “caso”, por tanto, comportará especial interés en el trabajo de los primeros analistas. Retornar, de alguna manera, al suelo de origen donde se abre paso la novela subjetiva, resulta de la edad fundacional del psicoanálisis mismo. Con el correr del tiempo, el nomadismo de la práctica psicoanalítica se constituye en un exilio compartido entre la lengua y el sitio que pudo soportar, en ciernes, la labilidad de su diferencia.


Tal como lo señala la labor histórica, todo intento de proximidad al origen requiere de una hermenéutica que lo explique al interior del discurso racional. Se inscribe de esta manera el nacimiento de la moratoria o la dilación universalista. Pero esa misma labor histórica resalta el carácter local de toda interpretación. Dos son las consecuencias que arrancan de lo anterior: a) La reflexividad desconoce su carácter contingente; b) La historiografía asegura su pervivencia en la impostación de su anhelo o pre- tensión universal. No obstante, permanece disponible, todavía, un trazo maestro: volver enigmático aquello tenido por familiar experimentando allí la posibilidad de sorprenderlo en su fase inaugural. La primera cohorte psicoanalítica emerge en los confines de la Mitteleuropa y hace del alemán su lengua materna. Allí, dos premisas cooperan con el psicoanálisis; por un lado, comparece el estatuto de un saber médico que sustrae la locura de su aura sagrada, divina o simplemente demoníaca y, por el otro, la existencia de un estado de cosas que enuncia, modernamente, la libertad de enseñanza como derecho adquirido (Roudinesco&Plon, 1998). Ambas determinaciones se traducen en epistemes bien definidas no obstante demandan, como conditio sine qua non, un modo de pensar trascendente a sus coordenadas de origen y, por defecto, un sujeto de conocimiento igualmente autónomo. Si hemos de suscribir la vieja tesis de Weber, conviene tener en cuenta que el proyecto moderno deviene discurso europeo identificado con una racionalidad purificada de su matriz mítico-religiosa.


En nuestra historia dos casos revisten especial notoriedad, el de Fernando Allende Navarro y el de Ignacio Matte Blanco. Tras quince años de ausencia, en 1925 regresa a Chile, el Dr. Fernando Allende Navarro[7]. “Durante su estadía en Suiza, Allende Navarro, realiza paralelamente su formación psicoanalítica en la filial suiza de psicoanálisis, siendo Emilio Oberholzer su analista didáctico y supervisor (1920-1922). Posteriormente llega a ser miembro titular de esa Sociedad y también de la de París” (Whiting, 1980, p. 20). Allende Navarro lleva a cabo en Europa su formación médica, titulándose en la Universidad de Lausana y siendo interno del Hospital de la Biloque en Gantes (Bélgica). La Universidad lo inscribe en su Libro de Oro. De regreso en Suiza, es asistente de Constantino von Monakow; traba amistad y ejerce con Minkowsky, Mourgue, Veragout y Rorschach. Es previsible que habiendo sido alumno de E. Bleuler, intensificara su interés por la obra de Freud. En Chile, revalida su título de Doctor en Medicina en 1926, con su tesis: El valor del psicoanálisis en policlínico. Contribución a la psicología chilena. Una vez publicada, pasa a constituir - según Whiting (1980) - el primer libro de un psicoanalista de habla castellana[8].


A su vuelta de Londres, habiéndose formado con Anna Freud, Melita Schmideberg y James Strachey e incorporado a la membrecía de la Sociedad Británica de Psicoanálisis, Ignacio Matte Blanco, encabeza el centro clínico de un hospital universitario. Organiza seminarios y grupos de estudio en su propia residencia y sugiere psicoanálisis y supervisión a sus estudiantes. Ya en sus primeros escritos se comprueba un intento por retornar a los textos de Freud, esta vez, vía la formalización del inconsciente sirviéndose de modelos lógicos[9]. El propósito de poner a trabajar el psicoanálisis en un recinto hospitalario, sin embargo, habrá de enfrentarse a problemas insolubles. Para unos, en tanto que sus propios estudiantes (becados de psiquiatría) emigran o se deciden, finalmente, por la práctica privada; y para otros, debido a la dificultad de mantener el encuadre cuando el analista es jefe, profesor, amigo y la cátedra o la presentación clínica deviene espacio propicio para el acting-out. En consecuencia, Matte se traslada a Italia y desarrolla en ese país sus investigaciones más notables. No ha faltado quien interprete su partida como una suerte de exilio en virtud del agobio producido por la suma de la transferencia que debió soportar como analista, supervisor, maestro y amigo.



Referencias


Casaula, E., Coloma, J. y Jordán J. F. (1991). Cuarenta años de psicoanálisis en Chile. Santiago de Chile, Ed. Ananké.


Casaula, E., Coloma, J. y Jordán J. F. (1993). Mente y conjuntos infinitos. Aproximación a la bilógica de Ignacio Matte Blanco. Santiago de Chile. Ed. Ananké.


Roudinesco, E. &Plon, M. (1998). Diccionario de Psicoanálisis (1997). (Trad. J. Piatigorsky), pp. 469-472. Buenos Aires: Paidós.


Wallerstein, S. R. (1988). Salutación presidencial. Boletín Asociación Psicoanalítica Internacional, 152.


Whiting, C. (1980). Notas para la historia del psicoanálisis en Chile. Revista Chilena de Psicoanálisis 2.1, 19-26.




Tercera clave

Desde los inicios de su trabajo clínico Freud le asigna un valor relevante a la universidad. La enseñanza freudiana, sin embargo, parece superar su investidura académica, resistiéndose a refrendar ese único destino institucional. En tanto que contiene rasgos propios, el psicoanálisis se siente llamado a acuñar nuevos conceptos y examinar sus criterios productivos; siendo partícipe de un movimiento de circulación discursiva, no deja de interrogar y/o desafiar las plasmaciones más dominantes del devenir universitario.


Entre los años 1949 y 1960 se desarrolla una de las etapas más resplandecientes del psicoanálisis en Chile. Según M. Gomberoff (1990), este período ha sido el de mayor crecimiento y creatividad. No se ha logrado superar, hasta hoy, el número de afiliados - analistas y candidatos - ni la productividad científica concomitante[10]. Los analistas, en esa época y posteriormente, se congregan en la Asociación Psicoanalítica (A.P.Ch); aún cuando en ella el predominio corra a cuenta de los médicos, también se verifica la presencia de otros profesionales, en mayor medida, de psicólogos y de algún asistente social. Pero también es significativa la presencia de psicoanalistas en la Clínica Psiquiátrica Universitaria, espacio que alberga la Cátedra Titular de Psiquiatría de la Universidad de Chile. En rigor, no existe en la práctica, analistas dedicados exclusivamente a su consulta particular: realizan extensión, docencia y trabajo clínico con pacientes de bajos recursos que concurren al espacio hospitalario. La cátedra de psiquiatría más importante está a cargo de un psicoanalista; igual cosa acontece en la Escuela de Medicina de la Universidad Católica y con un sinnúmero de cátedras albergadas en las Escuelas de Psicología y de Servicio Social. En este período, la alianza del psicoanálisis con la psiquiatría alcanza su máxima expresión (Whiting, 1980). Publicaciones en revistas nacionales e internacionales, ponencias en congresos allende la frontera, libros editados, dan fe de una productividad científica ingente que no volverá a repetirse. Se verifica una presencia chilena importante en el movimiento psicoanalítico latinoamericano. Se funda el Comité Coordinador de las Organizaciones Psicoanalíticas de América Latina (C.O.P.A.L.), a iniciativa de Carlos Whiting y Marie Langer. El Tercer Congreso Psicoanalítico Latinoamericano es organizado por la Asociación Psicoanalítica Chilena. En el seno del movimiento psicoanalítico surge la práctica psicoanalítica grupal antes de institucionalizarse en un organismo ad-hoc. El Instituto de Psicoanálisis se inicia con dieciséis candidatos y pronto dobla su número. Profesionales extranjeros se forman en sus aulas.


Tras la superación de su edad fundacional, no obstante, el psicoanálisis en Chile habrá de desmarcarse paulatinamente del proyecto universitario, toda vez que dicho proyecto se consuma en un ideal específico. A partir de 1960, la mayoría de los analistas se retiran de la universidad, su quehacer clínico se concentra en la práctica privada. Una vez más, el caso emblemático viene precedido por Ignacio Matte Blanco, que en 1966 abandona definitivamente el país. Poco antes, el Dr. Carlos Núñez renuncia a la Cátedra de Psiquiatría de la Universidad Católica, la cual, no será ocupada por ningún profesional de orientación analítica. Simultáneamente varios psicoanalistas emigran a Estados Unidos e Inglaterra. Davanzo (1987) relaciona el éxodo a: i) la crítica metodológica dirigida a los psicoanalistas hecha por la propia universidad; ii) la necesidad de integrar, en el ámbito de las ciencias naturales, otras disciplinas en desmedro de un desarrollo exclusivo del psicoanálisis; iii) la dificultad de mantener el encuadre de análisis cuando - ya lo decíamos - los roles se confunden con las funciones. Más aún, surgen desacuerdos en el modo de entender las relaciones entre psiquiatría y psicoanálisis. Para unos, se trata de una alianza necesaria, para otros, el asunto viene determinado por una autonomía a reivindicar, en el entendido que el psicoanálisis no requeriría de metodologías auxiliares para desplegar su trabajo clínico. Asimismo, quienes declaran sus intenciones de permanecer en la universidad, esgrimen motivaciones económicas por las que deciden alejarse; estos últimos, acusan a los primeros de confundir la psicoterapia con el psicoanálisis. El asunto se solventa, por una parte, con el abandono de los psicoanalistas de sus posiciones técnico-institucionales, especialmente cuando coinciden con la labor universitaria y, por la otra, con el consabido éxodo extranjero.


Tras la época de la Reforma Universitaria, la labor psiquiátrica se disemina obedeciendo a las directrices de las distintas líneas teóricas en boga. El grupo psicoanalítico se cobija en el Hospital del Salvador. Allí permanecen algunos psiquiatras dinámicos (de orientación psicoanalítica) ligados a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. El vínculo existente entre el Hospital del Salvador y la Universidad, permite el ingreso de becados de psiquiatría al Instituto de Psicoanálisis asociado a la A.P.Ch. En 1977, el colectivo de estos docentes conforma el Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina Santiago-Oriente de la Universidad de Chile. En 1978, el grupo es llamado por el Ministerio de Salud para hacerse cargo del Hospital Psiquiátrico[11]. En resumidas cuentas: ha lugar un Departamento Universitario de Psiquiatría con campo clínico en el Servicio del Hospital del Salvador y, a la vez, en el Hospital Psiquiátrico. Con los años, de siete profesores titulares en la Cátedra de Psiquiatría, cuatro se vinculan a la Asociación Psicoanalítica Chilena.


Desde la perspectiva lacaniana, por otra parte, podemos pensar que una enseñanza vinculada a un estilo de institucionalización dogmática, como muchas veces corresponde al currículum universitario, produce, ineludiblemente, una marca profesional, aún más, cuando esta se ampara en un imperativo de aprendizaje. Se trata de un acto que tiende a engañar la ignorancia, en lugar de hacerla productiva. Una enseñanza sin cuestionamiento permite un progreso por acumulación, en contraste con la idea transmitida por Lacan, donde sólo se mide por los esfuerzos de invitación que esa enseñanza suscita. Una vez incorporado el legado de Freud a la universidad, la pregunta por lo que el psicoanálisis puede enseñar - si fórmulas o metodologías - obedece a una constante nunca mayor que sus múltiples declinaciones. ¿Qué del psicoanálisis puede ser enseñado? ¿Cuál es el rango de su comunicabilidad? (Lacan, 1994c).


En virtud de un evento fortuito, de un descuido quizá, la Universidad Diego Portales le otorga al movimiento lacaniano emergente una vigencia irrecusable. Estamos a mediados de los noventa. Un Diplomado de Postítulo, seguido de un Magíster en Psicología con mención en Psicoanálisis, da inicio a esta nueva etapa. El cuerpo docente, la mayoría recién titulados, publica, Objetos Caídos. Revista de Psicoanálisis. Isidoro Vegh, Benjamin Domb, Alfredo Jerusalinsky, Alfredo Eidelsztein, Roberto Harari, entre otros, cruzan la frontera y se confunden en un mismo propósito, con aquellos venidos de más lejos, Charles Melman, Marcel Czermack, Gabriel Balbo, Jean Bergès, Contardo Calligaris, Jean-Paul Gilson, Patrick y Dominique Guyomard, Monique David-Menard, Michel Tort. El pasado cede su lugar a nuevos intercambios, finalmente, el programa de postgrado, queda en manos de sus propios egresados. Llegado el momento, quienes asumen la responsabilidad de su fundación, emigran y se afanan en iniciativas que parecieran de mayor alcance. El propósito debe, no sin dificultades, soportar su orfandad, todo lo cual, no le impide inaugurar un espacio clínico en contexto hospitalario - se trata de la Unidad Clínica Psicoanalítica de Orientación Lacaniana -[12] e iniciada la primera década del presente siglo, sustentar un Programa de Post-grado en la Universidad Andrés Bello. Dicho programa, radicado en la Escuela de Psicología, comporta un Diploma, un Magíster y un Doctorado en Psicoanálisis - superando el viejo formato de la mención (Postgrado en Psicología mención Psicoanálisis) y ensaya una voluntad colaboradora con un buen número de analistas de la A.P.Ch.[13]. La nueva iniciativa hereda su enseñanza de la experiencia original habida en la Universidad Diego Portales, sin embargo, por un tiempo, gana en estabilidad y garantías académicas. Su cuerpo directivo fundacional se empeñó en otorgarle al psicoanálisis un estatuto de relieve sin descuidar su comparecencia con el currículum psicológico y otras disciplina afines. Es temprano para saber del destino reservado a la tarea, de momento, se muestra activo, aunque con el retiro de la dirección fundante y de muchos psicoanalistas, el asunto a declinado en un programa de Postgrado más cercano a la antropología y a la filosofía que al propio psicoanálisis.



Referencias


Davanzo, H. (1987). Características de la producción psicoanalítica latinoamericana. Correio da Ferpal, 83-90.


Gomberoff, M. (1990). Apuntes acerca de la historia del psicoanálisis en Chile. Psiquiatría, VII, 379-387.


Lacan, J. (1994c). El psicoanálisis y su enseñanza (1957). En J. Lacan, Escritos, v.1 (1966). (Trad. T. Segovia), pp. 419-440. México: Siglo Veintiuno.


Whiting, C. (1980). Notas para la historia del psicoanálisis en Chile. Revista Chilena de Psicoanálisis 2.1, 19-2

Cuarta clave

El borde interior del psicoanálisis habría de evocar, sin embargo, un olvido fundamental. El quehacer clínico que consigna la cita se inscribe en un relato de difícil factura. ¿Cómo pensar una transmisión psicoanalítica que es, a un tiempo, crisis institucional? ¿Es posible reconocer una franja discursiva tributaria del Sujeto y su legalidad, cuando la razón de ese mismo estatuto es interrogada desde su fundamento? Se trata no sólo de unos años acosados por un sinnúmero de peripecias, sino de una época que registra como su acervo hiatos o grietas monumentales.


A partir del año 1960, se abre un período de difícil explicación. Durante casi un cuarto de siglo, el psicoanálisis chileno se refugia en consultas privadas y en la Asociación (A.P.Ch), la cual, lleva una existencia sin muchos sobresaltos. A diferencia de otros países del continente, en Chile, las prácticas clínicas de vanguardia se distancian del trabajo psicoanalítico. Por una parte, surgen proyectos de intervención comunitaria, cuya matriz lógica sobrevive hasta hoy. Por la otra, adquiere paulatina relevancia el énfasis conductual de la psicología. Todo parece indicar que a la ciencia positiva le corresponde develar las estrategias de la clínica. Por años, el Instituto de formación, dependiente de la A.P.Ch, no dicta cursos, no se presentan trabajos y las publicaciones son casi inexistentes. La Asociación es visitada por especialistas latinoamericanos en intercambios a cargo de la Asociación Internacional, sin que los nacionales, salvo algunas excepciones, se aventuren al extranjero. La presencia de chilenos en congresos internacionales es desoladora o muy reducida, sin mencionar lo menguado de las ponencias. En las reparticiones de salud y en las universidades, cuesta encontrar psicoanalistas. Hasta el año 1973, trabaja un grupo de orientación psicodinámica en psiquiatría infantil en el Hospital Calvo Mackenna. Algunos candidatos a psicoanalistas quedan remanentes de la antigua Clínica Psiquiátrica y forman un grupo en el Hospital del Salvador. En las escuelas de psicología es poco probable encontrar un docente que, a la vez, sea psicoanalista o, en su defecto, candidato. Son los menguados profesores, no obstante, quienes mantienen la vigencia del psicoanálisis en la comunidad proveyendo candidatos a la Asociación.


Si hacemos caso de lo planteado por Whiting, de esta época se dice: “la nota central es ahora mejorar la formación y estimular la investigación psicoanalítica. Para eso se pretende mejorar la calidad - grupo cohesionado y maduro - aunque ello signifique una disminución en cantidad” (Gomberoff, 1990, p. 383). Los analistas se dedican a rescatar - es la consigna de la época - lo nuclear del psicoanálisis. Han tendido a romper con la psiquiatría y con la universidad y deben justificar este quiebre, que lo es, también, con quien ha fundado la institución y ha formado a la mayoría: I. Matte Blanco. Afirman su autonomía con respecto a las otras disciplinas, insisten en la autosuficiencia del psicoanálisis y se refugian casi exclusivamente en el kleinismo[14]. Bion, Meltzer, Jacobson, Mahler, Kohut, son muy poco conocidos, Lacan, es ignorado. Durante estos años, los candidatos que hacen carrera universitaria son sospechosos de poseer una identidad analítica débil, o al menos, no lo suficientemente fuerte. Se rehúsa considerar su trabajo en los lindes del psicoanálisis, en el mejor de los casos, se los reconoce como psicoterapeutas de orientación psicoanalítica. De aquí resulta que los candidatos a analistas reclutados en el contexto universitario, a fin de ser reconocidos como analistas con plenos derechos, abandonen sus inquietudes sociales y docentes. Su destino obligado parece estar en la práctica privada. En estos más de 30 años, se acumulan los egresados que no logran convertirse en asociados de la institución. Providencial resulta la invitación cursada a David Liberman (psicoanalista argentino) quien realiza visitas trimestrales a la A.P.CH., entre los años 1976-1979; sus seminarios impulsan una apertura efectiva en el ámbito teórico, clínico y administrativo. En adelante, a los candidatos les resulta menos engorroso recibirse como asociados, aunque persistan las dificultades para ser analista titular y más aún para aumentar el número de analistas didácticos o analistas que analizan a los candidatos.



Referencias


Gomberoff, M. (1990). Apuntes acerca de la historia del psicoanálisis en Chile. Psiquiatría, VII, 379-387.


Quinta clave

La práctica del psicoanálisis se torna imposible cuando la demanda de un Sujeto, en estricto sentido, no puede ser formulada. Si la afirmación ramplona de la pura presencia sostiene la escena de lo cotidiano, el estatuto de la pregunta que define, por antonomasia, el campo de la clínica, deviene inoperante. En consecuencia, no es posible pensar el psicoanálisis en Chile al margen de los efectos producidos por el 11 de septiembre de 1973.


El Golpe de Estado de 1973, tanto como el período que origina, establecen un conjunto de determinaciones cuyos efectos, aún hoy, no terminan de formalizarse. En virtud de tales determinaciones puede pensarse el repliegue operado por el movimiento psicoanalítico chileno. Es sintomático que recién, una vez recuperada la democracia, las dos primeras tesis doctorales en psicoanálisis, realizadas después de largo tiempo en el Doctorado de la Universidad Andrés Bello, definan su problema de investigación enfrentadas a la posibilidad de responder al traumatismo operado por la violencia política (Gómez, 2006; Castillo, 2006). Toma cuerpo una hipótesis cada vez más compartida a condición que se la conecte con el destino del psicoanálisis europeo bajo el nazismo: el discurso analítico, tanto en sus presupuestos teóricos como en su delimitación de campo, constituye una referencia incompatible con el estado de cosas que se inaugura con la llegada de los militares. En tanto que el psicoanálisis intenta recuperar la memoria de sus pugnas, se hace evidente que un segmento importante de instituciones sostenedoras de las políticas públicas previo al régimen de excepción - hospitales y universidades, en su mayoría - sufre desmembramiento, clausura, desalojo. Algunos psicoanalistas hacían parte de esas instituciones.


Tras el Golpe de Estado, la psicología muestra su lado siniestro, en el mejor de los casos, se erige en aquella disciplina inapelable construida con base en la ciencia positiva, cuyo objeto de estudio lo comporta una mente total y sin fractura. Eventualmente, ciertos hallazgos de laboratorio son requeridos por los organismos de seguridad a fin de perfeccionar la propaganda o el apremio físico, tal como lo consignan testigos sometidos a tortura. En este contexto, el psicoanálisis retorna desde los márgenes de la institucionalidad vigente, esto es, en las generaciones de profesionales jóvenes que no habían alcanzado a ingresar en el aparato público hasta el primer tercio de la década del setenta. En 1974, al interior de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica, permanecen sólo dos profesores que son, a la vez, candidatos a analistas de la A.P.Ch. En rigor, el psicoanálisis debe lidiar para formar parte del currículum universitario debido, fundamentalmente a la eclosión operada por las diversas tendencias psicológicas. Se forma un pequeño equipo de trabajo que permanece cohesionado hasta el año 1980. Son seis años de labor ardua que constituye la punta de lanza de una corriente que no deja de ser interpelada. El grupo consigue la contratación de otros profesores de orientación analítica y le proporciona a ésta una nueva sustentabilidad. Sus frutos se recogen aún hoy, tanto en la Escuela de Psicología de la Universidad Católica como en la Asociación Psicoanalítica, con el suministro de postulantes psicólogos al Instituto de la A.P.Ch.


Habiéndose multiplicado los focos de atracción universitaria, crece la demanda para ingresar al Instituto de Psicoanálisis (A.P.Ch), tanto es así, que en más de una ocasión los postulantes no disponen de un analista a fin de cumplir con la normativa vigente; psiquiatras provenientes de diversas orientaciones, empiezan a interesarse en el psicoanálisis y solicitan ser aceptados en el Instituto. El pequeño grupo que conforma la Asociación, experimenta una crisis de crecimiento. La Asociación Internacional presiona a fin de ver aumentado el número de analistas didácticos en Chile. En la década siguiente, Bruzzone (1985), realiza un estudio de campo a objeto de conocer lo que acontece con los candidatos que participan de los seminarios del Instituto. La investigación arroja un panorama poco halagüeño para la entidad chilena: clima persecutorio y actitud regresiva en la formación analítica, parecen condensar el elenco de opiniones beligerantes[15]. El diagnóstico coincide con la renuncia del presidente y dos directores de la Asociación. Para 1988 el proceso de recambio ha concluido con la redacción de nuevos estatutos y reglamentos del Instituto, la consigna pasa por democratizarlo disminuyendo el poder administrativo de los analistas didácticos. Dicho poder se concentrará ahora en manos de la Asociación. En 1989, la Asociación, cuenta con nueve psicoanalistas didácticos y, por primera vez en muchos años, con dos cursos simultáneos en el Instituto. Su estructura organizativa se compadece con un número mayor de afiliados, las investigaciones parecen adquirir un nuevo impulso[16], proliferan, de igual manera, los grupos de estudio.

El psicoanálisis en Chile, en los años noventa, retorna como pregunta identitaria orientada a los confines y fronteras de la institución psicoanalítica misma. La vuelta, trae añadida la emergencia de la pluralidad: ya no habrá una única manera de entender el legado de Freud. Si en hospitales y facultades de medicina y psicología de universidades tradicionales se alberga una clínica psicoanalítica de inspiración clásica, no constituye un dato despreciable que surjan espacios de formación autónomos, grupos de estudio e iniciativas académicas privadas que atiendan a otras voces del acervo analítico. En este contexto, surge la transmisión local de la enseñanza de Jacques Lacan. En contraste con otras orientaciones, el psicoanálisis lacaniano habita los vértices de la transdisciplina: bordea la literatura, la crítica cultural, la filosofía, las ciencias sociales, las matemáticas, el feminismo, las minorías sexuales; se emplaza en espacios de diálogo e interrogación que no sólo aportan la base material clásica de la clínica.



Referencias


Bruzzone, M. (1985). Persecución y regresión en la formación analítica. Libro Anual de Psicoanálisis, 173-176.


Castillo, M. I. (2006). El proceso de duelo (im)posible en los familiares de detenidos desaparecidos y su relación con la violencia política, el trauma y la memoria. Tesis de Doctorado para obtener el grado de Doctor en Psicoanálisis, Facultad de Educación y Humanidades, Escuela de Psicología, Universidad Andrés Bello, Chile.


Gómez, E. (2006). Trauma psíquico temprano en hijos de personas que han sido afectadas por traumatización de etiología social, desde la experiencia clínica a un análisis conceptual. Tesis de Doctorado para obtener el grado de Doctor en Psicoanálisis, Facultad de Educación y Humanidades, Escuela de Psicología, Universidad Andrés Bello, Chile

Sexta clave

Una cita prologa nuestra expedición: “… uno se sentiría tentado a pensar que el evento del psicoanálisis ha sido el advenimiento, con el mismo nombre, de otro concepto del análisis” (Derrida, 1997, p. 36). ¿De acuerdo a lo anterior, es posible, por tanto, que la resistencia al psicoanálisis provenga de su régimen interno, con relativa autonomía de lo que ha llegado a verificarse en la trama de una historia general?


En 1986, la Asociación Psicoanalítica Chilena (A.P.Ch) cuenta sólo con treinta miembros: diecisiete médicos y trece psicólogos, sumados éstos a seis analistas didácticos[17]. Florenzano (1988), explica el dato esgrimiendo la activación de los supuestos básicos en pequeños grupos. Apoyado en los estudios realizados por Bion, relaciona el asunto con malestares, incomodidades y climas persecutorios al interior de la institución. Asevera que en el ámbito chileno no ha existido posibilidad institucional de desarrollos diferenciados, “exigiéndose para todos los miembros un tipo de carrera analítica semejante, que culmina en ser analista didáctico” (Gomberoff, 1990, p. 384). Si el logro no se verifica, entonces, sobreviene la frustración. En términos institucionales, posterior a 1960, se mantienen latentes residuos no elaborados. Y es muy probable que los vínculos universitarios de algunos afiliados exijan el despliegue de una energía considerable. Por su parte, el hecho que la psiquiatría solvente, disciplinariamente, el ingreso a la Asociación, dificulta cualquier cambio y demanda un tiempo indeterminado para habilitarse en el método psicoanalítico de los fenómenos psíquicos. La emigración trágica de figuras sobresalientes, es aportada por Florenzano a la hora de consignar las dificultades, tanto más si se suman a ésta, duelos inconclusos. Finalmente, un funcionamiento que responde a una lógica de colonia cultural[18], en donde se proyecta sobre lo extranjero todo lo bueno y todo lo malo se adhiere al grupo de los nacionales, completa un cuadro decididamente controvertido. Davanzo (1987), señala, como parte del problema, un hecho decisivo: antes de 1960 existe un cúmulo de dificultades de parte de los analistas didácticos por resguardar el setting, junto al compromiso desmedido con la cátedra de psiquiatría en la universidad en el proceso de formación de los nuevos cuadros. A posteriori, los cambios sociales acaecidos en la sociedad chilena, comunes a las demás repúblicas latinoamericanas, parecen influir negativamente en el desarrollo de la disciplina psicoanalítica; sus detractores la tildan de atea, burguesa, parroquial, irreverente, etc. En el marco de su economía interna, los analistas se eximen de escribir y publicar sus hallazgos; existen dificultades institucionales de índole administrativa, estatutaria, de procedimientos, todo lo cual, se agudiza habida cuenta la existencia de cierto sesgo autocrático. No es desechable considerar un excesivo énfasis de la técnica en contraste con el lento progreso de la teoría, ni el celo exagerado por defender el anonimato de quienes ejercen cargos directivos. Ambos asuntos coronan el elenco de los desaciertos más frecuentes.


Coinciden con las dificultades lo que no serían sino meras hipótesis sin contrastar: x) Es frecuente que los fundadores de muchas sociedades soporten con sus pacientes - ya lo consignábamos - una relación extra-analítica, dando paso a los consabidos acting-outs de sus pacientes. Si bien aquello que fuera conocido de sobra por Freud y sus discípulos configura, también, la escena chilena, no parece ser causa suficiente para explicar la sobriedad de su crecimiento. w) La beligerancia contra el psicoanálisis chileno es irrelevante si la comparamos con la sufrida en otras latitudes; no se la puede ubicar, por tanto, como un rasgo determinante en lo acontecido tras 1960. y) La energía invertida en la universidad y en las instituciones de salud pública tampoco parece haber debilitado la Asociación, muy por el contrario, la ha fortalecido; “la época más brillante del psicoanálisis en Chile fue aquella en la que prácticamente todos los analistas eran universitarios” (Gomberoff, 1990, p. 385). z) La hegemonía del matriarcado, en consideración a que el lugar del padre permanece vacío, cobra sentido entre aquellos que impostan sobre los hechos un dato duro, que al deslindar la última década del siglo XX, de nueve analistas didácticos, sólo dos pertenecen al género masculino.


Referencias


Davanzo, H. (1987). Características de la producción psicoanalítica latinoamericana. Correio da Ferpal, 83-90.


Derrida, J. (1997). Resistencias del psicoanálisis (1996). (Trad. J. Piatigorsky). Buenos Aires: Paidós


Florenzano, R. (1988). Estrategias de desarrollo y la Asociación Psicoanalítica Chilena. Revista Chilena de Psicoanálisis, 7, 20-28.


Gomberoff, M. (1990). Apuntes acerca de la historia del psicoanálisis en Chile. Psiquiatría, VII, 379-387.


Wallerstein, S. R. (1988). Salutación presidencial. Boletín Asociación Psicoanalítica Internacional, 152


Séptima clave

Si con el diagnóstico borderline se asiste, desde hace algún tiempo, a la cuestión de la identidad en psicoanálisis, no deja de sorprender su recurrencia. En rigor, el texto psicoanalítico ya en sus primeras líneas, alude al borde como símil y núcleo de su acción; a posteriori, el concepto de significante es el que coopera al límite[19]. Tratándose de los pacientes borderline, el discurso universitario insiste en consignar una falla identitaria. ¿Pero de qué identidad se trata? ¿Desde qué lado es posible asir el problema, ha de privilegiarse el paciente o, en su defecto, la historia que conjuga el psicoanálisis?


A temprana edad, procedente de Viena, Otto Kernberg se radica en Chile. Llegado el momento, estudia medicina y hace su especialidad en psiquiatría para formarse, luego, como analista en el Instituto dependiente de la Asociación Chilena de Psicoanálisis (A.P.Ch). Habiendo desarrollado sus primeros abordajes teórico-clínicos en torno al paciente borderline, se traslada a Estados Unidos donde ejerce cargos de dirección en la Clínica Menninger y en Cornell, Nueva York. Allí funda un centro de formación psicoanalítico con estrechos vínculos universitarios[20]. Permítasenos un paréntesis lacaniano a fin de acotar el trabajo de Kernberg. En sus Variantes de la cura tipo (1994a), Lacan plantea que en referencia a Reich, más precisamente, en torno al devenir de su seminario técnico y al Análisis del Carácter (1995) surgen, a mediados del siglo pasado, una serie de iniciativas terapéuticas con bases dinámicas. Reich, emplaza el yo como mecanismo de defensa frente a la pulsión y sitúa el carácter en perspectiva isomorfa con respecto al síntoma. En este contexto, sostiene que las resistencias defensivas que patrocina el yo y sus articulaciones caracterológicas saltan a la vista, tanto es así que podemos contrastar el conocimiento semiológico acumulado por lo que suele llamarse clínica de la mirada; estos observables constituyen núcleos de saber que se hallan a disposición del analista una vez que se inicia la cura. Bajo este designio, los estándares técnicos y las definiciones del self, tanto como sus representaciones (sumadas a las del carácter y la personalidad tensionada por la pulsión, los componentes instintuales y los restos del sistema motivacional primario) testimonian, desde una perspectiva lacaniana, el confuso enfrentamiento que una clínica de la mirada genera entre los registros simbólico e imaginario[21] de la experiencia analítica, cuando es la clínica de la escucha la que comanda


En perspectiva reichiana, es nuestra hipótesis, Kernberg lleva a cabo una entrevista que cree fundamentar en la estructura, pero que, sin embargo, está orientada a producir una aproximación descriptiva de la enfermedad mental. Allí, la dualidad paciente-terapeuta se objetiva a partir de los síntomas de anclaje; tales síntomas manifiestan la patología de los rasgos del carácter de base. Los tipos caracterológicos son los propuestos por Reich y los síntomas de anclaje provienen de la semiología psiquiátrica y de la objetivación focal de las resistencias del paciente. En su nosografía, Kernberg, propone tres sistemas en la organización del carácter o la personalidad: neurótico, psicótico, y uno intermedio, limítrofe. La estructura limítrofe se caracteriza por el predominio de mecanismos defensivos: escisión, idealización primitiva, identificación proyectiva, negación y omnipotencia. Dichos mecanismos producen difusión de la identidad, sentimiento de vacío existencial crónico, fenómenos de transitividad entre el yo y los otros, frustración de cara al principio de realidad, pudiendo acompañarse eventualmente de episodios alucinatorios.


Arriesgamos un juicio: la teoría de Kernberg, en lo que respecta a la estructura limítrofe, no produce, ni nuevos, ni deslumbrantes efectos en el intervalo habido entre psiquiatría y psicoanálisis. Se trataría más bien, de distinguir objetos de interés a fin de contrastar la ilusión de progreso adyacente a tales disciplinas, sin embargo, ambos significantes - psiquiatría y psicoanálisis - se holofrasean (se confunden) en su modo de producción teórica, es decir se igualan y sin diferencia no generan nuevos sentidos[22]. Aunque siga siendo relevante la contractura dinámica que se opera en la psiquiatría a partir de Kernberg; parece que no así en el propio psicoanálisis. Sin embargo toda una tradición dispersa adquiere identidad psicoanalítica a través de un sinnúmero de modulaciones del saber-hacer Kernbergiano; se propicia, a partir de este momento, una práctica similar a la de sus predecesores para todos aquellos que recién se allegan a la experiencia clínica. A fin de cuentas, emerge un sentido técnico-institucional tributario de esa identidad totalizadora. Este re-articulado interno se revela en el reforzamiento conceptual de la organización limítrofe; su éxito es verificable en todos los Servicios Clínicos (consultorios) amparados bajo la consigna de la salud mental; cognitivos, sistémicos, humanistas, biológicos llegan, invariablemente, al mismo resultado. A nuestro juicio, sin embargo, el diagnóstico borderline no pasa de ser un efecto regulatorio que deviene respuesta actualizada dirigida tanto a la suma identitaria de los así llamados psicoterapeutas de orientación psicoanalítica, como a los efectos normalizadores de la técnica en los propios analistas. Si a fines del siglo XIX, las histerias ponen en entredicho el saber médico, ahora, después de un siglo, los borders consuman la escena de la confusión pero con un énfasis distinto: se trata de un concepto acuñado por psicoanalistas ( el borderline) pero que no reúne criterios de analizabilidad según los cánones actuales, lo cual, consignado como paradoja, no deja de revestir un cierto grado de interés. Al limítrofe se lo atenderá sólo si es derivado a psicoterapias de orientación psicoanalítica. El borderline, en consecuencia, habrá sido la causal de divorcio entre (psico)terapeutas y (psico)analistas. ¿Es que el border, así como la antigua histeria con el médico, insiste en demandar una función analítica o en rigor un analista, allí donde el exceso identitario del propio analista bloquea toda posibilidad para el deseo y por lo tanto la imposibilidad para el mismo psicoanálisis?


Desde una perspectiva lacaniana, podemos pensar que la dificultad de conciliar una lectura clásica de la técnica del psicoanálisis con el diagnóstico borderline, provoca la emergencia de las psicoterapias de orientación dinámica o psicoanalítica y, consecuentemente, la creación de institutos formativos para los futuros psicoterapeutas de orientación analítica; valga este enunciado como una de las tantas hipótesis que pueblan estas páginas. Desde 1989, el organismo recién fundado se ofrece como recurso a quienes reservan dudas y críticas frente al estilo formativo que despliega la Asociación Psicoanalítica Chilena. Jaime Coloma, analista experimentado, formado en la A.P.Ch, da impulso a la iniciativa. A partir de este momento, es posible formarse como psicoterapeuta de orientación psicoanalítica en Chile, ello no impide, sin embargo, que analistas acreditados bajo directrices más tradicionales realicen una práctica similar, sólo que ahora se formaliza la alternativa. El I.Ch.P.A., Instituto Chileno de Psicoterapia Analítica, desarrolla actividades formativas, seminarios, coloquios y edita su propia revista, Gradiva. A poco andar, se arriesga a incluir entre sus intereses, el pensamiento de Jacques Lacan[23]. En general, la formación es parecida a la que suscribe su símil de la A.P.CH., sin obviar una mayor flexibilidad técnica y teórica coherente con sus estrategias. La enseñanza lacaniana se reserva a una sola asignatura sin que pueda generarse, a partir de allí, un desarrollo sustentable. En 2001, la institución I.Ch.P.A. pasa a llamarse Sociedad Chilena de Psicoanálisis y Psicoterapia. Es miembro de la International Federation of Psychoanalytic Societies y de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Psicoterapia y Psicoanálisis.



Referencias


Lacan, J. (1994a). Variantes de la cura tipo (1955). En J. Lacan, Escritos, v. 1. (1966). (Trad. T. Segovia), pp. 311-348. México: Siglo Veintiuno.


Reich, W. (1995). Análisis del carácter (1949). (Trad. L. Fabricant). Barcelona: Paidós.

Octava clave

En las prácticas lacanianas no rigen algunos de los principios que definen, sin mayor trámite, el resguardo fundamental del psicoanálisis (su que - hacer técnico). Suponer que el psicoanálisis es una teoría de la estructura o función de la personalidad, aplicable, por tanto, a otros campos del conocimiento y, en especial, a las técnicas terapéuticas, margina aquello que Lacan retoma en el campo freudiano como su rasgo más relevante, a saber, la referencia al Inconsciente y al Deseo.


La labilidad del nombre propio compromete su decir, conforma una operación enunciativa que introduce un factor desconocido al interior del cuerpo disciplinario. El nombre propio puede ser, también, la unicidad del poder. A su llegada a Chile, a mediados de los años 80, el psicoanalista belga Michel Thibaut, cuenta con el background de haber sido supervisado por Lacan. Su arribo, aún hoy, a más de dos décadas, hace parte de la memoria de quienes debimos asumir el precio de una identidad única y la experiencia de su interrupción. El propósito de fundar el primer grupo psicoanalítico de orientación lacaniana en Chile nace, entonces, de esa fractura, la cual, de un modo perfectamente predecible - si hacemos caso a las viejas tesis antinómicas - se torna productiva. No es fortuito que se lo denomine, en consecuencia, Grupo de Investigación y Estudios Psicoanalíticos (G.I.E.P.). Éste, vinculado a la Asociación Freudiana Internacional, lo integra un conglomerado de iniciativas autónomas cuyo núcleo se focaliza en torno a una estrategia de lectura de las obras de Freud y Lacan. Las actividades incluyen incursiones a departamentos universitarios y unidades hospitalarias de psiquiatría y psicología, organización de coloquios, visitas de figuras internacionales, programas de conferencias en alianza con el Instituto Chileno-Francés de Cultura y, el emplazamiento de una Lacatón, evento anual donde los participantes exponen los pormenores de sus hallazgos. Mérito aparte del G.I.E.P., lo constituye la publicación de El discurso psicoanalítico. La enseñanza de Jacques Lacan, revista que cuenta con cuatro números antes de discontinuarse. De dicho Grupo resulta una escisión que nunca deja de ser beneficiosa si se tienen en cuenta relaciones cooperativas posteriores. La continuidad estará precedida, de un lado, por la que será la Fundación Grupo Psicoanalítico Plus, asociada decididamente a la Asociación Lacaniana Internacional (ex Freudiana); del otro, por quienes, conjugan el psicoanálisis nacido de Lacan con una labor universitaria de pre y postgrado y, a un tiempo, desarrollan vínculos con un campo hospitalario que culmina en la fundación de una Unidad Clínica.


Kernberg es reinstalado en un lugar sumido en el extrañamiento. J. A. Miller rubrica, ahora, una serie de textos cautivantes para algunos de los del grupo, sin embargo su entrada en escena viene precedida, por la sospecha del mal absoluto; el Campo Freudiano, su soberanía interdicta, habrá de estar regida por quien conjuga ante sí, un diagnóstico desfavorable[24]. Nada fácil resulta el intercambio con psicoanalistas extranjeros, especialmente argentinos en decidida apuesta a Miller, muchos de los cuales se enfrentan a la resistencia de una cierta singularidad aurática que el pequeño grupo reivindica para sí. La creencia refrendada por el líder, Michel Thibaut, se instala apenas en un estribillo: - “estamos trabajando bien, no necesitamos de ninguna Causa”. Con alguna excepción, alumnos, amigos, supervisados, comparten la escena antigua de los comienzos del psicoanálisis en Chile, un solo analista y supervisor para todos. Se puede constatar que en la escena nacional, emergen un sinnúmero de grupos de trabajo inspirados en la enseñanza de Lacan, sin haber llegado a conformarse formalmente en instituciones a cabalidad, salvo una iniciativa de orientación milleriana en este último tiempo que habrá que evaluar en años venideros


Léase como hipótesis provisional: en Chile, los analistas lacanianos son todavía escasos. En contraste con la sobriedad del número, abunda la convocatoria a jornadas y congresos clínicos, se multiplican los grupos de estudio. En más de una ocasión, habiendo ejercido algún tipo de responsabilidad universitaria, nos hemos enterado que alguno de nuestros estudiantes ha iniciado su análisis con un lacaniano sin que ello asegure que se trata de un psicoanalista. “He comenzado - reza el discurso - mi análisis con un lacaniano en tanto que estos suscriben una teoría viva que supo rematar la antigualla conservadora de aquel viejo psicoanálisis, el de Klein, de Winnicott, de Kernberg”. No es infrecuente - la mayoría de las veces ocurre así - que el supuesto analista coincida con un psicólogo recién egresado que se ha precipitado en autorizarse a sí mismo en la función psicoanalítica. ¿Cuál habrá de ser la mejor respuesta? ¿Más aún, quién podría definir y con arreglo a qué criterios, los rasgos que concurren en un analista? Para las instituciones psicoanalíticas clásicas, la respuesta es unívoca: basta con revisar los listados de quienes se titulan en sus institutos de formación, las listas de los ana-listas. Sin embargo, a quien no le es suficiente con definiciones originadas en una identidad institucional, ha de examinar, cuidadosamente, los argumentos en juego, sus criterios de verdad.




Novena clave

Toda inventiva descansa en pequeños detalles nada espectaculares pero que nos aproximan a una inteligencia más aguda de su despliegue interno. Son fuerzas, a veces invisibles, las que han de ser finalmente analizadas en su núcleo particular de construcción discursiva. No habrá que esperar, por tanto, ni el advenimiento de una nueva teoría global del psicoanálisis, ni la justificación histórica de sus fracasos, para iniciar un movimiento abocado a examinar aquellas iniciativas que vienen precedidas bajo la rúbrica del cambio.


Cuando hace unos pocos años, se anuncia públicamente, asociado a una conferencia, el establecimiento del Campo Freudiano en Chile (vinculado al nombre del psicoanalista francés J-A. Miller), en nosotros, el grupo originario, el asombro toma cuerpo asociado a un largo proceso de renegación histórica; efectivamente, el psicoanálisis lacaniano cuenta, al momento de la conferencia, con algo más de diez años en el país, y allí, no obstante, todo se dice inaugural. Como garante, el nombre de un prestigioso analista argentino se inscribe con grandes letras. Conocíamos sus textos, la mayoría de ellos nos resultaban de interés. Acudimos al evento y escuchamos una ponencia no exenta de valor, tras la cual, se invita a los asistentes, en su mayoría estudiantes de pregrado, a inscribirse en unos enigmáticos grupos de estudio, denominados Cartels. Pasado el tiempo, aparecen los Foros Psicoanalíticos (vinculado al nombre de la psicoanalista francesa Colette Soler, ex miembro de La Causa, milleriana). En la convocatoria figura otro nombre conocido e igual que la primera vez, sus textos nos son familiares hasta el punto que forman parte del elenco bibliográfico ofrecido a nuestros estudiantes. La ponencia es tanto o más interesante que la anterior y apenas concluida, un representante de esta (nueva) Causa informa que “otra era comienza: ha arribado el psicoanálisis y éste debe transmitirse fuera de la universidad”. Los recién llegados se eximen, definitivamente, de explicitar sus estrategias. Surgen, por doquier, egresados del pregrado sin experiencia alguna de análisis ni supervisión, que se autorizan en la función de analista. De poseer, algunos de ellos, ciertas destrezas asociadas al mercado, se convierten en managers de otros analistas; organizan encuentros, congresos, pasean visitas ilustres; se hacen de un cierto prestigio arrimándose a figuras emblemáticas a fin de fundar grupos de estudio cuyos integrantes pueblan, eventualmente, sus consultas; a fuerza de insistir, desarrollan gran capacidad seductora en orden a satisfacer las expectativas de los más jóvenes. Ello viene refrendado por un número significativo de análisis malogrados que lastra negativamente la enseñanza de Lacan, y afecta, de igual manera, al psicoanálisis clásico. ¿Es posible hablar, aquí, de una identidad psicoanalítica particular cuando la Extensión ( los esfuerzos de publicidad y difusión del psicoanálisis) supera, con creces, el tributo a la práctica (la Intensión o la misma práctica psicoanalítica)? Sin llegar a descalificarla de plano - sabemos de sobra que sin ella (la Extensión) no hay análisis - ya no encontramos, empero, argumentos suficientemente consistentes que funden o causen la Intensión. ¿A qué responde, en definitiva, esta voluntad multiplicadora? Digamos que el psicoanálisis, no cabe duda, también es susceptible de mal uso. Fetichismo es la figura que concurre para explicar el goce de esta seducción impenitente. ¿Cabe, entonces, verse constreñido a regular la formación? Sabemos, sin embargo, de los efectos nocivos que acosan la voluntad normativa. No es posible olvidar que, encontrándose liberado de las presiones del Otro ( en este caso el Otro normativo), Freud es capaz de aprender a escuchar las histerias. Es el intervalo necesario para la posibilidad de su descubrimiento; se trata de un factor significativo toda vez que podemos situar allí el nacimiento del psicoanálisis. Como contrapunto, es lo desmedido del proceso identificatorio el que impide a los médicos (psiquiatras) de la época acoger lo nuevo que esta tenía para decir. Tal exceso identificatorio, llevado ahora a una práctica psicoanalítica actual, que se regula por patrones técnicos e institucionales, engendra un que - hacer psicoanalítico conforme al némos de aquéllos que detentan un Supuesto Saber (los psicoanalistas más viejos), constituye, de hecho y de derecho, un semblante de regulación que el propio Kernberg, desglosa en torno a un par de decenas de modos capaces de eclipsar la creatividad de los futuros analistas.




Décima clave

Comparecen, qué duda cabe, distintos modos de encarar la formación psicoanalítica. En Chile, quienes suscriben la enseñanza de Lacan, parecen no empeñarse en afirmar una alternativa en desmedro de la otra. Ello no es impedimento a la hora de fijar ciertos criterios mínimos de funcionamiento.


Tales criterios pueden desglosarse en: α) No se trata de reproducir la teoría analítica como si fuera susceptible de aprendizaje (el psicoanálisis no es una teoría del aprendizaje). β) Tampoco se trata de transmitir un saber abortado del Deseo del Sujeto y/o del analista, lo que le da una impronta Etica. (por ejemplo cierto uso conceptual un tanto desmedido de la neutralidad del analista) γ) Es necesaria una cierta experiencia para ejercer esta práctica, la cual, no habrá de ser, necesariamente, didáctica (análisis didáctico), lo será, no obstante, si a posteriori muestra que el Sujeto devino analista. δ) Hay que cuidarse de no sólo declinar esta transmisión en recurso profesional. La necesidad de legitimidad, progreso económico y reconocimiento, deberían quedar atenuada del deseo del analista. El problema viene acompañado por una lógica de la negatividad: Según Safouan (1985), no existe la técnica del psicoanálisis. Prueba de ello son las contradicciones que presentan los distintos autores y fundadores de Escuelas al interior del mismo psicoanálisis. Hay quienes consideran que las sesiones se deben distanciar para preparar el destete final; otros suscriben la conveniencia de mantener la misma frecuencia, o aumentarla incluso, a fin de seguir con acuciosidad las reacciones depresivas que pudieran manifestarse ante la perspectiva de la interrupción; no falta quienes consideran el corte de la sesión como la mejor interpretación, etc. Arriesgamos la hipótesis que este efecto ha sido causado por el desconocimiento de aquello que hay de básico en el enunciado de la regla fundamental: la asociación libre. Dicha regla es la única sobre la que recae la insistencia de Freud, en tanto que confía en el campo del lenguaje y las funciones de la palabra como traza de una posible eficacia clínica. La manualización del quehacer clínico, y el desplazamiento del interés hacia una teoría de la técnica se sostiene en esta indolencia excesiva. Asunto distinto es una especie de confianza en la propia disciplina, actitud nada extraña a Freud, a Lacan, a Klein… el empeño, la motivación de todos ellos es hipotecada por el amor a lo nuevo a fin de disponerse a aceptar que no saben; soportan, así, la ignorancia (docta ignorancia) que demanda el acto clínico posibilitando, con esta actitud, una ulterior formalización de sus prácticas.


Con el psicoanálisis adviene la transmisión de una experiencia que sobrepasa las coordenadas de un saber puramente técnico. Esta complejidad, avistada por Freud ya en sus primeros escritos, deviene a un tiempo, núcleo articulador de su legado y una de las principales tensiones que acusa el desarrollo de la institución analítica. De prevalecer el decurso procedimental sobre el ejercicio clínico, las vías de transmisión se institucionalizan y pierden de vista el propósito para el cual fueron fundadas.


Es bien sabido que Freud ejerce su clínica con quienes recién se inician en la nueva ciencia. En términos generales, hay variabilidad en los tiempos y las frecuencias de las sesiones; los objetivos terapéuticos incluyen deseos y contextos de cada uno de los sujetos que demandan ser sus pacientes y/o estudiantes. Aún mucho después de la aparición de los institutos de formación, sus análisis los conserva siempre “libres de la interferencia de las normas administrativas y de consideraciones políticas” (Safouan, 1985, p. 17). Qué decir de Lacan, pero también de Ferenczi, Klein y tantos otros. Los empeños por construir una teoría sobre la técnica analítica, por referir el psicoanálisis a un tipo de psicoterapia, esto es, manualizar el que-hacer del clínico, buscar fórmulas operativas, estandarizar métodos de abordaje, no han estado ajenos a lo acontecido en Chile. No es infrecuente que la retórica funcionalista determine, aunque con énfasis desiguales, el curso de la institución. Las prácticas disciplinarias se muestran proclives a un estado de cosas marcado por la contingencia. Puestas las cosas de este modo, el psicoanálisis se abre paso con dificultad. La fase en ocasiones embrionaria que muestran las nuevas metodologías inhibe el desarrollo de los saberes no-finalizados, aquellos que requieren de grandes ciclos para mostrar sus logros.


En efecto, cuando la ignorancia no es reconocida como tal y se la hace pasar por un producto abstracto, sin llegar a formalizarse de ningún modo, la compensación se encuentra por la vía del dogmatismo. Lo grave es que el dogmatismo genera una estructura institucional autoritaria cuya única ventaja consiste en proteger a esa misma ignorancia.


Lacan intenta sostener un procedimiento capaz de eludir sus efectos de clausura sobre los analistas en formación. Se trata de barruntar las mismas fuerzas que instauran el poder institucional que combaten. Confía en el psicoanálisis de los analistas (practicado a los que se forman como analistas) pero adherido a una garantía: en tanto genera un analista. Ya lo decíamos, el deseo del analista es puesto en juego en el análisis sólo cuando este asiste, por efecto y no en virtud a ninguna previatura, a su afán didáctico. En otras palabras, no existen condiciones previas que lo puedan definir técnicamente, es decir no es didáctico por sí mismo. Si el Deseo comparece existe Responsabilidad: la que el analista compromete en su propia formación. ¿Cómo inventar, entonces, un dispositivo que incorpore ese Deseo y esa Responsabilidad? No se trata de una responsabilidad subsidiaria del ejercicio del poder, en rigor, constituye un extravío analogar en totalidad la relación analítica a la relación social. La Responsabilidad del analista se funda en la distinción hecha por Lacan (1994a) entre habla y discurso. El habla se articula en un discurso y este descansa en una intencionalidad que no puede decirlo todo, ya que como intención, es un Deseo de decir. Dicho deseo, tiene un doble sentido “y depende del oyente que sea uno u otro: lo que el hablante quiere decirle a través del discurso que le dirige, o lo que el discurso le dice acerca de la condición del hablante” (p. 318). El que oye puede dudar, por tanto, de quien le dirige un discurso cierto desde el lugar de oyente, en consecuencia, se puede develar el Sujeto hablante. Es esta la Responsabilidad que le cabe al analista: la de ser el oyente, el que escucha, el que esclarece y produce un Sujeto en un acto dirigido a él. No carece de interés, es importante destacar, retomar la cuestión del Sujeto toda vez que el psicoanálisis se ha dejado persuadir, tan drásticamente por argumentos objetales.


En La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis (Lacan, 1994b), la verdad ya no es sólo un atributo del habla en oposición a la verdad del discurso; la cosa misma habla, se manifiesta en el discurso como incongruencia, mentira, sofisma, ficción, lapsus, etc. La verdad no sólo depende del Sujeto, el habla resulta ser justiciable, ya no como adecuación a la cosa, la cual, tradicionalmente sirve para definir la verdad, sino con adherencia a la verdad misma, a la cosa freudiana. Es en relación a la cosa freudiana, que la Responsabilidad del analista se sitúa en un saber-ignorar, en una docta ignorancia, eludiendo lo que se ha podido saber. Acontece algo muy distinto a la verdad tributaria del dogma, donde hay verdad sin Sujeto. A partir del desconocimiento analítico de tal subjetividad, ya no habrá manera de sostener una verdad objetiva. En Variantes de la cura tipo, Lacan (1994a), critica la estructura misma de la transmisión del psicoanálisis sin desechar los datos provistos como experiencia de la verdad y del Sujeto. Efectúa una revisión a la crítica que reclama una estructura más flexible en los institutos de formación de psicoanalistas: “… el remedio no consiste en que los institutos estén menos estructurados, sino en que no se enseñe en ellos un saber predigerido, aún cuando resuma los datos de la experiencia analítica” (p. 343). En la Proposición del 9 de octubre de 1967, Lacan (1992), formula un principio según el cual, “el psicoanalista sólo se autoriza a partir de él mismo” (Cottet, Clastres & de Barca, 1992, p. 7). Esto no impide, es preciso mencionarlo, que la Escuela garantice el surgimiento de un psicoanalista a partir de su propio proceso formativo. El analista, empero, también puede pretender esa garantía, es más, si así ocurriese, sólo a partir de ese momento, puede avanzar y volverse responsable del progreso de la Escuela. En otras palabras, éste puede volverse, hipotéticamente, psicoanalista de su propia experiencia; el trámite no suprime los controles de garantía, antes bien, los coteja y evalúa desde la experiencia misma.


Sabemos que Lacan no hace de los controles (supervisiones a los analistas) una condición de la práctica analítica, por el contrario, renuncia a hacer de ellos un a priori a la comparecencia del análisis, ha querido suprimir el consentimiento institucional referido al inicio de la práctica clínica (por el sólo hecho de inscribirse en una institución de formación y seguir las materias y obligaciones, no se tiene garantía que llegará a ser psicoanalista). La nueva modalidad no está exenta de rigor, sólo que su punto nodal cambia, se cierne, ahora, sobre el Sujeto y el Deseo del analista. Se puede inferir, incluso, un propósito paralelo, el desplazamiento del Otro institucional de la I. P. A.[25]. Una vez acogida la novedad, se hace exigible dar pruebas de la formación, ha de elegirse entre los distintos formatos a fin de exponer el trabajo realizado. Bajo un imperativo que no deja de contemplar las preferencias de cada cual - en esto consiste su liberalidad - se multiplican las ponencias, los coloquios, las publicaciones en función de un dar cuenta de la propia formación, Extender la Intensión de los análisis. El pase, que es la modalidad institucional creada por Lacan en definitiva, cumple con sondear a aquellos que ya son analistas, los insta a interrogarse sobre el devenir de su análisis, comparecen, como Sujetos, ante sus líneas de fuga y sus dilaciones. En este sentido, el pase constituye una manera de vislumbrar lo que funda su autorización. Caso contrario, si el analista no se autoriza en el Otro[26], si se erige en autor de su proceso, han de conocerse bajo qué mediaciones y qué avala, finalmente, tal experiencia. Lacan relaciona íntimamente el propio análisis del analista con la institución, e inaugura a partir de aquí, un nuevo expediente formativo en referencia, aunque no exclusiva, a los análisis didácticos. No es necesario insistir en que los trastoca y los reformula según su propia lógica. Pero, “¿en qué sentido el análisis que inicia por su cuenta el futuro analista, lo prepara para llegar a ser a su vez analista?” (Safouan, 1985, p. 59). Un intento de respuesta viene precedido por la voluntad de invertir los términos del enunciado. Con Safouan, se puede admitir: una institución no es analítica en tanto que cuenta entre sus filas a quienes realizan análisis didácticos, sino porque en ella se verifican, de hecho, este tipo de análisis; el cometido institucional consiste, por tanto, en esclarecer el momento de su cierre.



Referencias


Cottet, S., Clastres, G. & Barca de, I. G. (1992). Momentos cruciales de la experiencia analítica (Trad. D. Rabinovich). Buenos Aires: Manantial.


Chemama, R. (1996) Diccionario de psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu editores


Lacan, J. (1994a). Variantes de la cura tipo (1955). En J. Lacan, Escritos, v. 1. (1966). (Trad. T. Segovia), pp. 311-348. México: Siglo Veintiuno.


Lacan, J. (1994b). La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis (1955). En J. Lacan, Escritos, v.1. (1966). (Trad. T. Segovia), pp. 384-418. México: Siglo Veintiuno.


Lacan, J. (1992). Proposición del 9 de octubre de 1967 (1967). En S. Cottet, G. Clastres & I. G. de Barcca et al., Momentos cruciales de la experiencia analítica. (Trad. D. Rabinovich), pp. 7-23. Buenos Aires: Manantial.


Safouan, M. (1985). Jacques Lacan y la cuestión de la formación de los analistas (1983). (Trad. M. Vasallo). Buenos Aires: Paidó


Soller, C. (1994). ¿Qué psicoanálisis? Colección Orientación Lacaniana , 35-51.




[1] Lacan retoma, transformándolo, el concepto saussureano de significante. Lo que el psicoanálisis acentúa es la autonomía del significante. Al igual que en la lingüística, el significante, en el sentido psicoanalítico, está separado del referente, pero es también definible fuera de toda articulación, al menos en un primer momento, con el significado. El significante, en su autonomía con la significación, puede tomar otra función que la de significar: la de representar al Sujeto y también determinarlo.


[2] En lo que respecta a este punto nos remitimos a las actas del XV Aniversario de Mayéutica, Institución Psicoanalítica de Buenos Aires, realizada en septiembre de 2002 (Cf. Gomberoff, 2003).


[3] Permítasenos una nota aclaratoria. En justicia, Apuntes acerca de la historia del psicoanálisis en Chile de Mario Gomberoff (1990), inauguran el propósito hermenéutico ensayado en estas páginas. Si se observa con detenimiento, los Apuntes no dejan de ubicarse como exergo de una trama devenida, en nosotros, fragmentaria e irremediablemente inconclusa: consignan el devenir del psicoanálisis local sólo hasta 1989 -un año antes de ser publicados. Lo que deviene como el movimiento psicoanalítico lacaniano en Chile hace parte de la lectura que se propone interpretativa. Tras la lectura de nuestros últimos borradores, en este texto como en algunos de los siguientes, se agradece a Sergio Witto quien trabajó la orientación filosófica.


[4]Acordemos que la historia del psicoanálisis consigna en Sigmund Freud su primera referencia, no obstante, “en el texto freudiano hormiguean los materiales clínicos, las ideas generales, las intuiciones, las observaciones que superan ampliamente lo que Freud tuvo la posibilidad de pensar, en el sentido de una conceptualización clara y elaborada” (Bercherie, 1988, p. 15). Más aún, tratándose de su estatuto disciplinario - previo a cualquier relato fundante - “…la historia también enseña a reírse de las solemnidades del origen” (Foucault, 2000, p. 19).


[5] Freud se refiere a la obra de Greve en su Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico (1986). En 1988, en el ZentralblattfürPsychoanalyse aparece una reseña de Freud -publicada el año 1911- en relación a la ponencia de Greve, titulada Sobre psicología y psicoterapia de ciertos estados angustiosos, con ocasión del Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene, realizado en Buenos Aires, en el transcurso del mes de marzo de 1910.


[6] En su escrito, Freud le otorga, erróneamente, la nacionalidad alemana a Germán Greve. Se trata, en honor a la verdad, de un médico chileno.


[7] Es el año en que según los datos que aporta Wallerstein (1988) - citando a R. Knight - la Asociación Psicoanalítica Internacional cuenta “… con 210 miembros, 33 de los cuales (un 16%) se hallaban en Estados Unidos y seguramente ninguno en América Latina (ni en Canadá)” (p. 1-2). Sin embargo, en contraposición a Wallerstein, si consignamos el caso del Dr. Allende Navarro, informado por Whiting (1980), la I. P. A., cuenta por esos años, con un analista chileno.


[8] Del trabajo psicoanalítico formativo de Allende Navarro, se beneficiaron Ramón Clarés, Jefe de Clínica en la Cátedra de Neurología del Profesor Joaquín Luco; Manuel Francisco Beca Soto, primer profesor de psiquiatría y Carlos Núñez Saavedra, segundo profesor de psiquiatría, ambos de la Escuela de Medicina de la Universidad Católica de Chile; Ignacio Matte Blanco y Abdón Cifuentes, su profesor de teología de la Universidad Católica; este último es designado, posteriormente, miembro honorario de la Asociación Psicoanalítica Chilena.


[9] No responde a la veleidad del azar que en Estados Unidos e Italia se hayan realizado una serie de eventos en torno a las teorías de Matte y algunos lógicos se aboquen al estudio de sus postulados. Por el contrario, en Chile no ha existido un genuino interés por conocer y debatir sus teorías, ni siquiera se han traducido todos sus textos al castellano. Mérito propio, hay que consignar, los libros: “Cuarenta años de psicoanálisis en Chile” y “Mentes y conjuntos infinitos. Aproximación a la bilógica de I. Matte Blanco”, ambos editados por Casaula, E., Coloma, J. y Jordán J. F. (1991), (1993). En 2006 la Sociedad Chilena de Psicoanálisis, organiza el V Encuentro Internacional de Bilógica, dedicado a su pensamiento. El Dr. Ignacio Matte Blanco, encarna, sin lugar a dudas, una imagen idealizada del glamour psicoanalítico local.


[10] Son años en que los analistas, a escala mundial, llegan a un número cercano a los setecientos, con un cambio bastante significativo en su distribución luego de la segunda guerra mundial: cerca de un 60% reside en Estados Unidos, el 40% restante se reparte alrededor del mundo.


[11] A fin de concretar el ofrecimiento, los convocados esgrimen una cláusula especial: la creación de un Servicio de Psiquiatría en el Hospital del Salvador.


[12] Dicho espacio coopera a la presentación clínica de pacientes ambulatorios y hospitalizados. La Unidad integra el Servicio de Psiquiatría en el Hospital del Salvador. Es el mismo cuerpo docente del Magíster en Psicología mención Psicoanálisis de la Universidad Diego Portales, quien sostiene la iniciativa; cuenta para su cometido, con el patrocinio del Director del Servicio, Dr. Rafael Parada.


[13] Otto Kernberg auspicia esta nueva alianza. La Universidad Andrés Bello le otorga, en el curso del año 2003, el grado de Doctor Honoris Causa.


[14] Algunos denominan este período etapa de depuración; otros, prefieren llamarla de hibernación; y no falta quienes la consignen como una fobia a la contaminación. Se rehúsa cualquier combinatoria con la vertiente kleiniana, llegando incluso a desagregarla del trabajo llevado a cabo por Freud , a quien se lee en forma rutinaria.


[15] Para Bruzzone “… si bien gran parte de las vicisitudes descritas forman parte de una etapa necesaria e ineludible que permite alcanzar la identidad psicoanalítica, podrían existir algunas modalidades de conducción en la formación que acentúan esas dificultades” (1885, p. 174).


[16] Cuatro trabajos de analistas chilenos son aceptados en el Congreso Internacional de Roma de 1989.


[17] Hasta la década de los cincuenta, en términos globales, la I. P. A. cuenta con 700 miembros. En 1986, el número llega a 7.000. El crecimiento más espectacular proviene de Francia, Alemania, Italia, Argentina y Brasil. Las proyecciones para fines del siglo XX alcanza a 20.000 miembros (Wallerstein, 1988). Florenzano (1988), revisa el Roster de la I. P. A. en 1986 y verifica que su símil chilena - que cuenta con 30 miembros - es la penúltima en el contexto latinoamericano. Sólo supera a la de Mendoza que tiene, a la sazón, 17 suscritos (mientras que en Argentina, en igual período, los analistas llegan a 500). En 1986, Santiago es la ciudad con menos analistas de la zona.


[18] Obedece a una regularidad que las distintas asociaciones latinoamericanas hayan sido influenciadas por tendencias venidas de Europa y/o Norteamérica. Algunos analistas argentinos y uruguayos declaran pertenecer a una modulación rioplatense del psicoanálisis, sin embargo, en su trabajo abundan las citas a Freud, Klein y Lacan, en desmedro de algún teórico nacional. El estatuto disciplinario de sus argumentos queda, por tanto, diferido hasta un momento posterior.


[19] Resulta llamativo que sea el mismo psicoanálisis quien eleve a la condición de diagnóstico a un tipo de sujeto que la psiquiatría dinámica denomina borderline y que resulte inabordable para la misma técnica clásica del psicoanálisis.


[20] Una vez finalizado su mandato como presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (I.P.A.), Otto Kernberg, es sucedido por Daniel Widlöcher, analizado de Lacan. Se trata de una curiosa forma de retorno lacaniano a la institución madre.


[21] Para Lacan hay tres registros fundamentales de toda realidad humana: lo simbólico, lo imaginario y lo real. Al final de su enseñanza subraya que estos son sus tres a diferencia de los tres de Freud: el ello, el yo y el superyó. Los tres registros se revelan como aquello que ordena tanto la teoría como la práctica psicoanalítica. ¿Qué constituyen los tres registros?, Lacan nos da una orientación en Caracas en 1980: “ Sean ustedes lacanianos, si prefieren. Yo soy freudiano. Por eso creo adecuado decirles algunas palabras del debate que mantengo con Freud, y que no es de ayer. Aquí está: mis tres no son los suyos. Mis tres son lo real, lo simbólico y lo imaginario. Me vi llevado a situarlos con una topología, la del nudo llamado borromeo. El nudo borromeo pone en evidencia la función de al- menos- tres. Anuda a los otros dos desanudados Eso les di yo a los míos. Se los di para que supieran orientarse en la práctica. ¿Pero se orientan mejor que con la tópica legada por Freud a los suyos? Hay que decirlo: lo que Freud dibujó con su tópica, llamada segunda, adolece de cierta torpeza. Me imagino que era para darse a entender dentro de los límites de su época. ¿Pero no podríamos más bien aprovechar lo que allí figura la aproximación a mi nudo?” (Lacan, J. 1980. El Seminario de Caracas. 12/07/80. Inédito)


[22] Para Lacan la producción del Sujeto y de toda subjetividad requiere de discontinuidad, de un espacio o un intervalo entre los significantes del lenguaje que lo representan y determinan. Si estos significantes se holofrasean, es decir, no dejan espacio entre ellos, tendrá consecuencias para la constitución del Sujeto y su sentido. Podemos pensar, de otra manera, que S1 y S2, como significantes, se condensan impidiendo la apertura del Deseo y de los nuevos sentidos. En la clínica psicoanalítica esta figura ha colaborado en la comprensión de las neurosis que no son de transferencia (Borde®s), especialmente en la psicosomática, las adicciones y el autismo.


[23] Para tal efecto, recurren a uno de los docentes fundadores del Postgrado en Psicología Clínica, mención Psicoanálisis de la Universidad Diego Portales. Se trata, este Postgrado, de la primera iniciativa de Magíster en Psicología en Chile; la orientación lacaniana marca su impronta universitaria desde sus orígenes.


[24]Conocimos, incluso, a quien habría analizado a Miller. Éste reservó su diagnóstico; actitud controvertida, en todo caso, la de impugnaciones diagnósticas fuera del contexto analítico-transferencial.


[25] Suscribimos la opinión que “en todo caso ha logrado reemplazar el Otro de la Internacional, aquel que decía: yo debo autorizarte’” (Soller, 1994, p. 39).


[26] “Una vez introducida, esta categoría del Otro se muestra indispensable para situar una buena parte de lo que el psicoanálisis está llamado a conocer. Si el inconsciente, por ejemplo, constituye aquella parte de un discurso concreto de la que el Sujeto no dispone, no debe concebírselo como un ser escondido en el sujeto, sino como transindividual, y más precisamente, como discurso del Otro. Y esto en el doble sentido del genitivo: del Otro se trata en lo que dice el Sujeto, aún sin saberlo, pero también a partir del Otro él habla y desea: el deseo del Sujeto, es el deseo del Otro” (Chemama, 1996, p.310)

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