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SOBRE EL SER Y HACER DEL SUJETO, ATOLLADEROS DE LA IDENTIDAD EN PSICOANÁLISIS: 6. De cómo el exceso

  • Eduardo Gomberoff
  • 17 mar 2019
  • 4 Min. de lectura

Es posible pensar que desde el mismo psicoanálisis se ha producido un tipo de Sujeto resistente, una respuesta fallida o un simple llamado de atención cuando surgen nuevos diagnósticos, resistentes también a los propios estándares del tratamiento clínico. Sujetos (diagnosticados) que no se adecúan a las normas básicas del comportamiento psicoanalítico requerido para ser tratados. Desde el mismo campo de estudio (el psicoanálisis) se los configura como pacientes límites. Con la técnica clásica no tendrán un buen rendimiento, se resistirán activamente y, desde ahí, serán nominados en los borde(r)s del psicoanálisis y desviados a técnicas subrogadas.


Es posible también pensar, a modo de hipótesis, que la necesidad de la invención de las psicoterapias de orientación psicoanalítica hayan respondido a este entuerto, claro está, a condición de que el psicoanálisis pueda ser definido también como un tipo o modalidad de psicoterapia.[1]


El cuestionamiento o las resistencias por parte de estos pacientes a la labor del psicoanalista se interpretaron como una cuestión de defensa. Se dedujo conceptualmente que poseían en su “interior” fuertes resistencias al tratamiento y, por esta razón, se los consideró inanalizables. Desde la esclarecedora visión que Lacan hace de la noción freudiana de resistencia, en el sentido de que toda resistencia a trabajar o considerar en la clínica es la resistencia del analista, podemos aventurarnos a suponer que se produjo un escandaloso acting-out al interior del mismo movimiento psicoanalítico: creación de un tipo de Sujeto o un diagnóstico, desde el propio interior del psicoanálisis, para finalmente expulsarlo de la propia concepción clínica que lo vio nacer. La respuesta a este impúdico acto de desconocimiento se convirtió en un acting-out del mismísimo movimiento psicoanalítico. Es así, entonces, como con cierta prisa se nominó “limítrofes” a los nuevos trastornos alimenticios, las adicciones, las respuestas psicosomáticas, los trastornos de la personalidad, los impulsivos y los actuadores, borde(r)s de las antiguas neurosis con las que se dificulta poner en juego el instrumento principal del psicoanálisis: la transferencia. Dicho de otra manera, son las neurosis que no son de transferencia. Todas, nuevas formas sintomáticas donde, al parecer, los recursos que la represión ofrece, especialmente su retorno como síntoma, no estarían a disposición del Sujeto. Estarían excluidas en un lugar borde(r)s entre neurosis y psicosis, entre psicoterapia y psicoanálisis, esperando ansiosas e impulsivas una respuesta del psicoanalista. Serían, quizás, en su propia forma de aparecer, una respuesta convertida en una demanda renovada, claro está, no dejando de utilizar los recursos que esta nueva época les puede ofrecer.


Estas llamadas “nuevas formas sintomáticas”, que se trasladan a un borde(r) de la clínica analítica, ponen en tensión la identidad (el ser) y el que-hacer del psicoanalista. Como fenómeno epocal, desafían al analista a ponerse a tono con la subjetividad del momento histórico actual, sostenido en las exigencias de la ciencia médica y en los criterios estadísticos de evaluación de los tratamientos.


El problema es, ¿cómo responder, entonces, desde el propio psicoanálisis, a este llamado de la clínica sin realizar el acting-out que deja fuera de su acción y luego de su teoría, a esta nueva demanda del Sujeto de la época? Las resistencias de estos pacientes podrían ser leídas, entonces, como un gesto de rechazo a la excesiva tecnificación, rigidización, estandarización y sobre-institucionalización del legado de Freud en manos de un amo de época que cruza ciencia y mercado. En este sentido, creo, sería importante investigar en los mismos fundamentos psicoanalíticos el problema que ha impedido hacerle frente, desde el propio psicoanálisis, a estas nuevas formas sintomáticas, abordando como dificultad lo que se ha constituido en una práctica habitual, que es la necesidad identitaria en el ser y en el que-hacer de todo un movimiento psicoanalítico. Por otro lado, podría abrirse un falso problema cuando, al inventar nuevas patologías o nuevos diagnósticos, no se ha explorado aún suficientemente ni se han extraído todas las consecuencias de la introducción lacaniana del significante del Nombre del Padre y de la ya clásica tripartición estructural de neurosis, psicosis y perversión.[2]

A pesar de los serios intentos y avances en el abordaje, el problema sigue presente aún y requiere ser enfrentado desde una fórmula que no impida al psicoanálisis desbo(r)darse ni dejar de poner en juego su clínica con estos pacientes de la época.


Es verdad que la presentación o la envoltura formal sintomática de estos pacientes confunden a quienes, apresurados, pretenden clasificarlos: pacientes molestos y riesgosos en su evolución que se presentan como locos, sin ser psicóticos y con demandas masivas, exigiendo más allá de los estándares a los cuales los analistas tienden a estar acostumbrados. Sin verdaderos delirios y sin estar extraviados de la significación, se presentan desorientados y como perdidos en el mundo, sin espacios donde alojarse, sin poder ajustar sus cuerpos a sus actos, hiriéndose en lo real, exponiéndose a peligros, comiendo de más y de menos, ingiriendo sustancias que los puedan dañar, en escenarios inapropiados, yendo en la vida de acting en acting e intentando inscribirse en lo simbólico como verdaderos Sujetos. Desolados, sin lugar y sin respuesta, los analistas no debiésemos retroceder repitiendo la respuesta con la que ellos mismos nos reflejan el problema: dejarlos sin lugar, desbo(r)dados o en un espacio intermedio, limítrofe, entre una estructura y otra.




[1] Si bien esta definición es posible desde las técnicas clásicas del psicoanálisis, no lo es desde el psicoanálisis lacaniano.


[2] El funcionamiento y eficacia del significante del Nombre del Padre dependerá de los términos de la sustitución que opere con respecto al enigma planteado por el “deseo de la madre”, representado por el significante fálico. Al menos se generarán tres tipos de respuestas o modalidades lógicas que encarnan en la figura de una defensa particular, constituyendo en singularidad estructural las neurosis, las psicosis y las perversiones. El Nombre del Padre es un concepto que introduce Lacan a partir de la concepción freudiana del padre, en tanto soporte de la función simbólica que identifica al padre con la figura de la ley. La función del padre consiste en establecer la separación de la madre, y desviar el objeto de deseo primordial que toma por destino a la madre, hacia un objeto sustituto de aquel. La significación fálica, resultado de la eficacia de la metáfora paterna, determinará en el Sujeto una vía restitutiva por la cual la falta será compensada por medio de una identificación al falo. El fracaso de la metáfora paterna, es decir, el fracaso de la función metafórica por medio de la cual el deseo de la madre es sustituido por el falo, determinará que el Sujeto se procure en el delirio la vía restitutiva

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