SOBRE EL SER Y HACER DEL SUJETO, ATOLLADEROS DE LA IDENTIDAD EN PSICOANÁLISIS: 5. Necesidad Identit
- Eduardo Gomberoff
- 17 mar 2019
- 6 Min. de lectura
Es posible pensar autocríticamente que, si existe algo así como la internalidad del movimiento psicoanalítico, es precisamente desde ahí que resulta más provechoso considerar que se han generado condiciones propicias para que los desafíos epocales que se le imponen hayan sido abandonados antes de tiempo. Creación de nuevas patologías y estrategias ad- hoc de tratamiento pueden ser entonces también efecto de errores o impropiedades del propio psicoanálisis. Estar atentos a extraer todas las consecuencias de lo que nos enseña la clínica analítica, por antigua que esta sea, nos podría, quizás, impedir o hasta detener esta rápida reacomodación del discurso psicoanalítico a los requerimientos del discurso del amo de turno.
Entregados a la prisa, los analistas hemos abandonado el tiempo de reflexión necesario, toda vez que la escucha requiere de paciencia. Del lado del analista, la paciencia es obligada. El tiempo de re-flexión obliga siempre a volver a los fundamentos, a los orígenes. Pero la prisa arrasa buscando respuestas en la especulación de que la solución está en la definición del ser o la Identidad del analista y/o en su modo de actuar, su que hacer. Identidad (ser) y que hacer actúan como polos ideales que se proyectan en el “buen psicoanalista” y “la mejor técnica”… para el “paciente adecuado”. Estamos a un paso, entonces, de aceptar sin problemas - en algunas instancias ya se ha hecho - generalizaciones como la de que “todo la que hace un analista, por el solo hecho de ser-lo, es psicoanálisis”.
Pues bien, con este olvido de las preguntas re-flexionadas en los conceptos fundamentales del psicoanálisis y abandonadas también con cierta rapidez, se nos ha colado el tiempo de la urgencia. La prisa, que para Freud tenía el agregado de “norteamericana”, se vuelve cada vez más un imperativo de época. “No saben que les traemos la peste” (p.386) decía Freud a Jung, en viaje a U.S.A., según Lacan (1955). Es así como la prisa superó a la peste, la enfermedad (del psicoanálisis) sucumbió a la enfermedad de la prisa en ese país y también en muchos otros.
Bajo el ímpetu forzoso de cierta consciencia descriptiva y especulativa, la pregunta por el ser y el que-hacer del psicoanalista ha generado respuestas apresuradas, ocultando los relevantes elementos del fundamento analítico y, lamentablemente, derivando la clínica a una terapéutica que responde sólo a cuestiones de mercado y de validación estadística.
En la actualidad podemos observar, no sin preocupación, un deslizamiento que opera como respuesta desde el ser y el que-hacer del analista a la necesidad identitaria de todo un movimiento (psicoanalítico). Listar analistas supone garantías de Identidad y en esa materia estamos a la orden del día los psicoanalistas lacanianos. Ya no es sólo la Asociación Psicoanalítica Internacional (I.P.A.) y sus institutos de formación quienes se preocupan de entregar esta garantía de inicio[2]. Lejos empieza a quedar la idea lacaniana de que “el psicoanalista sólo se autoriza a partir de él mismo” (Lacan, J, 1967, p.7). El complemento de la frase que establece unos años después: “…y con algunos otros” (Lacan, J. 1974), que por mucho tiempo pasó inadvertida, ahora cobra excesiva relevancia, opacando incluso la primera parte de la sentencia que había logrado despejar esos extravíos o malos planteamientos en torno a la definición de los tan cuestionados análisis didácticos.
Es en este contexto que el movimiento psicoanalítico o se queda mudo o tartamudea. Sin respuestas claras a las demandas que provienen de las “instituciones del mercado”, todas proclives a la prisa, pero además alienado en el discurso de la psicología y de la psiquiatría, el movimiento psicoanalítico da su brazo a torcer sin poder ya sostenerse en la ética que le dio posibilidad de existencia.
La cuestión de la formación psicoanalítica no es necesariamente un problema externo al propio psicoanálisis. No es simplemente un método de educación para ser y hacer clínica analítica, como a veces se ha querido comprender, zanjando y simplificando el asunto de la transmisión[3]. También, y fundamentalmente, se trata de una cuestión sostenida en la ética que lo vio nacer. Es Lacan, primordialmente, quien en el movimiento psicoanalítico proyecta el análisis didáctico como una necesidad que funda un tipo de institución particular. Formuló un dispositivo en que el análisis personal, en la formación, cobra un sentido particular si éste produce un analista. Como se ve, la garantía de ser (analista) se desplaza hacia el final, como un efecto. No es en el inicio, como un dato previo de quien ingresa a hacerse análisis de formación con un analista que ya es didacta y que, por lo tanto, aseguraría la formación de un analista. El análisis, en el dispositivo lacaniano, será didáctico a posteriori, sólo cuando éste genere un psicoanalista.
Si los analistas insisten en su necesidad identitaria de quedar bien representados frente a los organismos o instituciones encargados de resguardar la salud pública, es evidente que las garantías deben ser situadas al inicio. En este sentido, quien es aceptado en un instituto de formación de analistas ya tiene garantizado, si sigue correctamente los pasos pre-establecidos de la instrucción, su título. Es sólo cuestión de tiempo para que reciba su diploma y pase a engrosar las listas de los ana-listas. Retornan entonces las fórmulas especulativas. La ingenuidad dualista y especular que obra en reconocimientos se adapta muy bien a los movimientos o a los sujetos que insisten en ser reconocidos en Identidad. Esto se puede evidenciar desde el reconocimiento del analista en su ser y hacer por la institución de formación, que lo hace desde un comienzo (en el entendido que el candidato hará todo lo que debe hacer según lo presupuestado en el currículo de formación), hasta todo un movimiento de psicoanalistas que en el cruce de los discursos del mercado y la ciencia se validan en especulativas garantías para la eficiencia y eficacia del psicoanálisis.
Se trata de una nueva demanda epocal; hay que identificar a los miembros de la institución y enviar los nombres a algún tipo de comisión acreditadora. Las listas parecen así garantizar la buena producción de ana-listas. Instituciones de formación eficientes que los producen, para luego consumir con solvencia análisis de rebote (los didácticos). Constatación que se revela en una gran mayoría de clientes que provienen de las Escuelas de psicología y de las becas de psiquiatría, también psicólogos y psiquiatras, cuyo posterior interés deriva en recibir también ellos, luego de su formación psicoanalítica, pacientes para psicoanálisis. Clientela en formación con el consecuente efecto de empobrecer la clínica por atender, en su mayoría, a quienes ya están convencidos (del psicoanálisis). En este contexto, los desafíos clínicos pierden valor, se rigidizan el que-hacer y la técnica, y los diagnósticos se prefiguran como aquellos que pueden responder estandarizadamente a eso que también estandarizadamente se puede realizar, pero sólo con aquellos en que su deseo por el análisis ya está decidido. Rectifiquemos: No su deseo de análisis, más bien su deseo de poder obtener clientela por haber hecho, él mismo, la misma experiencia; “¡todos podemos ser o tenemos derecho a hacer más o menos lo mismo!”
Psicoterapias de orientación psicoanalítica y psicoanálisis se espejean confrontativamente según objetivos externos, impuestos por el orden del discurso de la salud mental. Si bien pareciera ser que las psicoterapias de orientación surgen desde el mismo psicoanálisis, es interesante observar cómo germinan nuevas alternativas de formación en psicoterapia (institutos de psicoterapias de orientación psicoanalítica independientes de las asociaciones de analistas) que, más temprano que tarde, deciden volver a tomar el nombre de origen (psicoanálisis).
Las psicoterapias comandan el que-hacer respondiendo con cierta eficacia al discurso del Amo. Re-inventan un fantasma teórico para apoyar o validar una técnica que envía lejos al mismo psicoanálisis. Aparecen analistas y/o psicoterapeutas de “orientación analítica” cuya Identidad depende fundamentalmente de su pertenencia institucional (algunos llaman tendenciosamente a esto, transferencia de trabajo) y las instituciones, con el anhelo de reconocimiento, ingresan a procesos de acreditación gremial debiendo responder a “concepciones higienistas de la mente”. Hay que listar, se deben entregar listas de “quienes son” para garantizar “lo que hacen”. Todo se sostiene en un ideal identitario, en el que se homologa ser y hacer; existencia y práctica.
Referencias
Lacan, J (1955). La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis. En Escritos I (1994). México: Siglo XXI Editores.
Lacan, J (1967). Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela. La equivocación del sujeto supuesto al saber. En Momentos cruciales de la experiencia analítica. Lacan y otros (1992). Buenos Aires. Argentina: Ediciones Manantial.
Lacan, J (1974). Los incautos no yerran (Los nombres del padre). Seminario inédito, clase 9-4-7
[1] Listado de psicoanalistas de las Asociaciones o Instituciones Psicoanalíticas.
[2] Garantía de inicio ya que el candidato, una vez que ingresa, sabe que cursando las asignaturas correspondientes más su análisis didáctico y supervisión podrá ser nominado como psicoanalista. Esta garantía es inexistente en cualquier formación psicoanalítica lacaniana ya que el análisis será “didáctico” sólo si desde ahí se forma un psicoanalista.
[3] …o enseñanza del psicoanálisis.
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