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Transcripción de una entrevista hecha por estudiantes sobre la historia del Psicoanálisis en Chile

  • Eduardo Gomberoff
  • 18 oct 2019
  • 18 Min. de lectura

La inquietud se reitera una y otra vez, y se trata de una cuestión que me concierne en profundidad: la historia del psicoanálisis lacaniano en Chile.  Me imagino que quien busca adherir, o más bien quizás adherirse a un grupo u otro en formación analítica, requiere hacerse de un contexto. Compartiré con Uds. una historia, más bien mi historia, o tal vez una de mis versiones. Una historia sesgada y de todas formas una historia encubridora, de qué otra manera, por cierto.


Debo advertirles, en primer lugar, que algo ya he escrito sobre el asunto y se publicó en el año 2009 en el único número de la Revista Intervalo de la Escuela de Psicología de la Universidad Andrés Bello donde, a sugerencia de quien me ayudó en la edición, escribimos en la modalidad de Claves de interpretación para una historia del psicoanálisis en Chile (Gomberoff, E. 2009).


Luego, en el 2010 me pidieron el artículo para un libro: “Notas históricas de la psicología en Chile” de Mario Laborda y Vanetza Quezada (Gomberoff, E. 2010).[2] En rigor, tendría que reconocer que las principales ideas ahí vertidas, por lo menos las operaciones psicoanalíticas, provienen de una conferencia que realicé en ocasión de la invitación que me hiciera el psicoanalista argentino Roberto Hararí para el 25° aniversario de su Institución, Mayéutica Institución Psicoanalítica, en Buenos Aires, el 2002. Allí, desde una cierta extraterritorialidad, se me ocurrieron algunas tramas. Esa conferencia se publicó (su transcripción) en la Revista “Encuentros” del Colegio de Psicólogos de Buenos Aires (Gomberoff, E.  2003).

Advertencia:  les contaré una historia psicoanalítica, una de las tantas del psicoanálisis relatada y construida también por un psicoanalista, intentando marcas o cortes en los que me comprometo  subjetivamente. Esto quiere decir, que evidentemente, dejaré muchas otras historias de lado y me incluiré especialmente en la propia, una un poco más referida a la historia de los inicios de cierto lacanismo en Chile.


La invasión se produce. Tarde, pero llega. Belga es su origen, estamos a mediados de los años 80. La garantía de Michel Thibaut es que había supervisado con Lacan y realizado su análisis con uno de sus más importantes discípulos. Asistimos a su primera conferencia y precipitadamente aparece el improperio a nuestra querida identidad : “… Kernberg es todo menos psicoanalista”. La verdad, es que he suavizado la frase. Quienes ahí debimos soportar esta especie de ofensa a nuestra identidad, constituimos el primer grupo psicoanalítico lacaniano en Chile. Kernberg, nuestro querido Kernberg, el que había sido presidente de la Internacional, es decir, el presidente de todos los analistas (menos de los lacanianos), algo así como el más analista de todos los analistas, ahora, por la gracia de un psicoanalista belga supervisado por Lacan y analizado por uno de sus más afamados discípulos, ya no era más el que creímos. Pero no sólo eso, también hacía mucha referencia a un tal Miller, un psicoanalista francés que algunos ya habíamos tenido ocasión de leer. Unas famosas conferencias caraqueñas constituían el texto de nuestra admiración. Pero la advertencia era fuerte. Este autor,  Jacques Alain Miller encubría, según nos decía, unas estrategias malintencionadas en términos de formación institucional. Es así, que había que cuidarse de los del Campo (el Campo Freudiano)[3]. Efectivamente nos intrigaba, ¿cómo podía existir un grupo o institución psicoanalítica obedientes a un solo prócer cuando además se le imputaba a éste (los lacanianos no millerianos), ese clásico diagnóstico que usamos los “psi” cuando queremos decir que una persona no es buena? Conocimos, porque nos visitó, a quien había sido su analista (el analista de Miller)[4] y, por palabras de él mismo, ratificábamos la imputación de las malas intenciones. Éste, el analista del analista “malo”, también había sido el analista de nuestro primer analista lacaniano en Chile. ¿Cómo podíamos entonces, desconfiar del analista de J-A Miller y de nuestro propio profesor, analista y supervisor?  Debo reconocer que  era difícil para mi entender la figura de impugnación diagnóstica fuera de la escena analítica en la medida en que frecuentaba, en ese tiempo, un análisis clásico, aquél de cuatro veces por semana a razón de 50 minutos con un reconocido didacta de la A.P.Ch. Cierta ética, sostenida en un determinado “encuadre analítico”, se traspasaba vía transferencia. Pero no sólo eso, también lo leído y estudiado sobre “técnica” psicoanalítica. En fin, a pesar de mi propio “encuadre”  y lecturas del psicoanálisis acepté, cómo no, que debían haber razones suficientes para adherirme a lo que nuestro maestro belga, con entusiasmo y pasión, nos transmitía.


En aquella época era difícil proponer nombres de psicoanalistas lacanianos argentinos para que nos visitaran. Se prefería traer a los franceses, casi todos pertenecientes a la Asociación Freudiana Internacional y alguno que otro argentino perteneciente a la misma institución.

Con un par de compañeros de grupo de estudios de la obra de Lacan rivalizábamos en relación a quien conseguía y leía más textos de orientación lacaniana.[5] En ese tiempo, las editoriales argentinas privilegiadas por nosotros eran Nueva Visión, Manantial, Paidós y la mexicana Siglo XXI, todas con muy poca entrada en Chile. Así pudimos conocer, a través de sus textos, a muchos analistas argentinos y franceses que nos permitían un abordaje más llano a los Seminarios y Escritos de Lacan. En ese tiempo hubo algunos psicoanalistas argentinos que intentaron acercamientos, pero se encontraron con un dique resistencial en la figura de quien actuaba como un pequeño amo que ya había colonizado tierras chilenas. Prácticamente casi todos, menos uno, frecuentaban análisis con él; alumnos, amigos, supervisados, parejas y amantes, adultos, adolescentes y niños, pasaban por su diván ( situación parecida a la de la vieja escena de  Ignacio Matte -Blanco). No pocas veces le solicité cuidara de esta situación. Tuve ocasión de supervisar mis casos con él y no dudaba en señalarle que la posibilidad de enviar a nuestros compañeros de estudio a  realizar análisis con otros psicoanalistas, aunque no fuesen lacanianos, me parecía muy posible y sano. Yo mismo practicaba ese ejemplo. Su rápida respuesta era que yo debía pasar un tiempo en análisis con él.  Me parecía insólito que la demanda de análisis viniera desde el posible futuro analista. Por otro lado, él insistía en incidir transferencialmente y explícitamente en inconvenientes distinciones entre los grupos de estudio que dirigía. Hacía claras diferencias entre unos y otros, y finalmente nos encontrábamos tensionados en Jornadas de Estudios que hacíamos a finales de año, las famosas Lacatones (Jornadas anuales inter-grupos de estudio).  Debo reconocer que estas prácticas poco a poco, fueron desalentando la relación que mantenía con él.


La vieja escena de los comienzos del psicoanálisis en Chile comenzaba a repetirse; aquella propicia para el acting-out[6]. Esa escena, donde el analista pierde su función y/o lugar y arroja al Sujeto, al acto desmedido. La impropiedad de los lugares se evidenció y toda la pasión de la transmisión del psicoanálisis lacaniano se focalizó en un intento inmoderado de llevar gente a su propio diván. Las clases en la universidad se convirtieron en una permanente seducción para transformar a los estudiantes en analizantes, y esta actitud, muy en menor grado, se vio reiterada por algunos de sus propios estudiantes y/o analizados. El efecto se dejó ver en no pocas perjudiciales consecuencias para lo que empezaba a ser el incipiente Movimiento Psicoanalítico Lacaniano en Chile.


Luego de más de 25 años de este Movimiento en Chile es posible constatar que hay muchos lacanianos ejerciendo como psicólogos, pero sin embargo, muy pocos como psicoanalistas. Por otro lado, la difusión de Jornadas, Seminarios y Grupos de Estudio adornan los ficheros de las Escuelas de Psicología, lo mismo ocurre en las redes sociales. Más de alguna vez, en mi condición de académico (docente de asignaturas relacionadas a la obra de J. Lacan) y director de una Escuela de Psicología, tuve la ocasión de recibir “la supuesta grata noticia” de que algún estudiante comenzaba su análisis. La idea implícita de este acto de constatación es que debiese haberme sentido congratulado por ser yo mismo también un psicoanalista. Sin que lo solicitara, el nombre del analista lacaniano se le escurría al estudiante provocando en mi cierta incomodidad. ¿Qué decirle a ese entusiasta nuevo analizante[7] cuando el nombre de su analista ahí deslizado era el de un recién egresado, sin o con muy poco análisis, y las supervisiones, sólo las que había obtenido en cursos de clínica de la propia universidad? La precipitación del “autorizarse a sí mismo” se hizo endémica y la transmisión, vaya uno a saber, se produjo con quién sabe quién. Es muy posible, y sólo ensayo una hipótesis, que los que fuimos parte de la primera generación de psicoanalistas lacanianos en Chile, y que al menos reposamos la cabeza en un diván unos cuantos años, a razón de tres o cuatro sesiones a la semana, y que supervisábamos continuamente, presentemos una especie de fobia o rechazo a estas prácticas tan improvisadas. Me convertí luego, y en el intertanto de mis supervisiones con Thibaut, en un recurrente denunciante de lo que yo suponía eran malas prácticas. Tanto fue así, que durante mucho tiempo, paradojamente, oficié como un verdadero inhibidor de demandas de análisis. Evidentemente no era el único que pensaba de esta forma, había quienes compartían conmigo, por ejemplo, la dificultad de evaluar y al mismo tiempo, analizar a un sujeto. Dejo aquí este periplo de desplazamientos entre analizantes y supuestos analistas para un posterior y necesario análisis de sus efectos. Sólo agregaré que la impostura de decir quién es o no analista, en el momento en que un estudiante desliza el nombre del elegido, precipita al oyente al peor de los lugares, claro está, cuando se piensa que el escogido  no lo es.  


 ¿Quién es uno, para decir quién es analista? Para Kernberg y para la I.P.A. esta pregunta, sobre la identidad del psicoanalista, tiene respuesta clara y precisa: es cuestión de ver las listas de los ana-listas. Pero para quienes no nos bastó ir al “Roster” (lista de analistas de la I.P.A) o a las definiciones de identidad institucional, hemos tenido que pensar un poco más la respuesta antes de contestar a un estudiante por la recomendación o confirmación de algún psicoanalista.

 La Extensión (del psicoanálisis)  comienza a superar a la Intención de la práctica:

Luego de unos ocho años de instaurado el lacanismo en Chile y con todas las dificultades que sosteníamos quienes intentábamos la difusión de esta “buena nueva”,  aparece un afiche en el que se anuncia el establecimiento del “Campo Freudiano” en Chile. El nombre de un prestigioso analista asoma en letras grandes. Era uno de esos psicoanalistas argentinos que ya habíamos leído en lo que llamábamos “pasquines” del psicoanálisis lacaniano[8]. Los textos de éste analista, invitado a un Encuentro en Chile por el recién instalado Campo Freudiano, eran excelentes. Es así como un par de nosotros decidimos asistir encantados, pero sin embargo inquietos, por este nuevo establecimiento del psicoanálisis lacaniano en Chile. Comenzaba esa afiebrada difusión del lacanismo y la exacerbada producción de grupos independientes cuando resulta que en Chile éramos sólo unos pocos. La conferencia presentada por un grupo pequeño de personas, no más de tres, resultó muy interesante. Luego de despedir al conferencista, una de esas personas agradece a la asistencia y nos explica que una “nueva era” comienza en Chile. Luego nos invita a formar parte de esta nueva “Causa”[9] explicándonos unas intrincadas agrupaciones: los Cartels.  En ese tiempo yo los conocía como grupos de estudio. La explicación de este dispositivo de reunión fue larguísima e intrincada,  se notaba que quien explicaba tampoco entendía mucho. Había en la sala unas trece personas y la mayoría estudiantes de los primeros años de alguna escuela de psicología. Conocía bien sus caras, eran estudiantes míos de la Universidad Diego Portales y de la U. de Chile. Ya con unos 8 años de iniciado el lacanismo en Chile, en esta conferencia era como si nada; un claro malestar es lo menos que sentí gracias a esta particular renegación histórica. 


Un par de años después aparece otro afiche. En letras grandes decía: “Los Foros en Chile”, y el nombre de otro reconocido analista argentino, quizás más brillante que el anterior. Conocía tan bien sus textos que incluso los ocupaba como bibliografía obligatoria en mis asignaturas universitarias. Asisto nuevamente encantado, pero también inquieto por este ya “tercer inicio” del psicoanálisis lacaniano en Chile. Observo una escena muy parecida a la precedente, con la diferencia que ya no es el “Campo” o la “Causa”, son los “Foros”. Ya no es Miller, es Soler[10]. Un chileno, representante de la  “nueva Causa”, nos informa, una vez más, que una nueva era comienza en Chile. Ha llegado el psicoanálisis lacaniano y éste debe transmitirse fuera de la Universidad (por todo eso… de la teoría de los Discursos…) Y finalmente, un déjà-vu: explicación e invitación larga e intrincada de ese dispositivo grupal inventado por Lacan: los Cartels.

Podríamos sostener que los tiempos fundantes del lacanismo en Chile, se iniciaron gracias a un descuido de una universidad: la Universidad Diego Portales. Se nos aceptó a un grupo de ex estudiantes de la misma Universidad y de la Universidad de Chile, además de desarrollar asignaturas de pregrado, implementar cursos de postgrado. Primero fue un Diploma de Postítulo, luego derivó en un Magister de Psicología Clínica con mención en Psicoanálisis. Fuimos profesores y estudiantes a la vez. Isidoro Vegh, Benjamín Domb, Alfredo Jerusalinsky y Alfredo Eidelsztein, entre otros, pudieron, ahora sí, en este marco universitario, y sin todo el poder concentrado en uno, cruzar la cordillera. De Francia también nos visitaron: Patrick Guyomard, Monique David-Menard, Marcel Czermack, Jean Berges, Michel Tort, Charles Melman, Contardo Calligaris, Felix Guattari, Alain Badiou y otros. En el intertanto se nos iba desacreditando el fundador, la novedad empezaba a madurar y había que estar a la altura. Cuando todos los conocidos eran potenciales analizantes y la demanda venía del analista, el fracaso no se dejó esperar. Es así como algunos finales de análisis debieron transcurrir del otro lado de la cordillera.


El primer grupo lacaniano del cual formé parte debió, no sin tropiezos, seguir sin su líder. Este grupo se fraccionó entre los que estábamos en la Universidad y los que no. Hubo intentos de seguir trabajando en conjunto. Es así como nos reuníamos en jornadas de estudio, invitándonos mutuamente por ejemplo, a espacios hospitalarios pero, finalmente, el Grupo de Investigación y Estudios Psicoanalíticos (G.I.E.P.) se dividió entre los que siguieron casi exclusivamente su práctica privada (futuro Grupo Plus) y los que insistimos en el espacio universitario. Las relaciones eran respetuosas, pero con algo de recelo, a mi juicio, instalado por la vieja escena de las distinciones que el analista fundador había trazado entre los grupos.


Los “universitarios”, con el auspicio del Dr. Rafael Parada, abrimos un espacio clínico en el Departamento de Psiquiatría del Hospital Salvador que llamamos Unidad Clínica Psicoanalítica,  éramos conocidos como la Unidad Lacaniana. Invitamos a psicoanalistas miembros del otro grupo amigo a trabajar con nosotros. Los estudiantes del Magister de la Universidad Diego Portales y quienes así lo solicitaban, previa entrevista, podían entrar a participar en esa Unidad de estudio y práctica clínica. El equipo estable atendía y presentaba pacientes, también supervisaba a los clínicos más nuevos. Esta Unidad, cuyo equipo estable asistía ad-honorem, duró unos cinco o seis años y finalizó por una especie de muerte natural, cuando quienes la sosteníamos, nos vimos apurados de tiempo por las labores universitarias y la clínica privada.

En esos mismos tiempos, el Instituto Chileno de Psicoterapia Psicoanalítica (I.Ch.P.A.) hacía un gesto muy interesante, aventajando al Instituto de Psicoanálisis de la A.P.Ch., donde la enseñanza del psicoanálisis lacaniano había sido, por recomendación de la I.P.A (Internacional), excluida. El I.Ch.P.A. incorpora en su plan de estudio una asignatura de “Introducción a Lacan” y, luego de un par de años, anexa a ese curso un “Taller de Clínica Lacaniana”. Tuve el privilegio de dictar esos dos cursos por varios años hasta que, en el momento de asumir la dirección de la Escuela de Psicología de la Universidad Andrés Bello, fui requerido a dejar ese espacio de enseñanza. No sé bien quién continuó esos cursos, o si cambiaron la malla curricular. Sin embargo, mi intención y convicción en esos años, era que había que incorporar el psicoanálisis lacaniano a las orientaciones más clásicas u ortodoxas. Una de mis preocupaciones era que en Chile no irrumpiera esa difusión, extensión y proliferación excesiva de grupos e instituciones lacanianas que se podía observar ocurría en Argentina, Brasil y Francia. En Argentina el chiste de moda era: “Si hay dos lacanianos entonces ya es posible formar tres instituciones psicoanalíticas”. Creí, supuse e hice gestiones para que en Chile los lacanianos, junto al psicoanálisis así denominado clásico, trabajáramos  unidos. Si bien las diferencias teóricas y clínicas eran evidentes, creí que era posible respetar nuestra historia, esa de Matte y de Kernberg y trabajar en conjunto. Me afané en el intento de armar un grupo lacaniano en el I.Ch.P.A. No fue posible ya que la gente que propuse era muy joven, exigiendo la directiva, que realizaran toda la formación al interior de la institución. En esta misma línea, más adelante en el programa de Doctorado en Psicoanálisis de la Universidad Andrés Bello, volví a probar una confluencia con psicoanalistas muy reconocidos de la A.P.Ch.  Lamentablemente encontraron una intensa oposición, desde su propia institución, a trabajar con el equipo de psicoanalistas lacanianos que existía en la Escuela de Psicología de la Universidad hasta que, desanimándose poco a poco, terminaron por retirarse de este proyecto de inusitada coincidencia. De todas formas, este ensayo duró unos buenos años, incluso con la realización de algunas tesis de doctorado supervisadas por psicoanalistas lacanianos y clásicos.


Algunos años previos, una vez que el Magister en Psicología con mención en Psicoanálisis de la Universidad Diego Portales empezaba a consolidarse, estimulé la idea de que los que habían sido los más avanzados estudiantes de ese Postgrado ocuparan cargos docentes y administrativos. La idea fue resistida por un par de docentes del equipo, sin embargo el asunto prosperó y creo que todavía hoy algunos de esos estudiantes dirigen dicho Programa. Coincidió el tiempo en que recibí una invitación a formar parte del equipo directivo de la Escuela de Psicología de la Universidad Andrés Bello. El psicoanálisis lacaniano se concentraba en la Universidad Diego Portales y me pareció importante expandirlo a otros centros universitarios. Después de cuatro años de haber ingresado como académico a la Universidad Andrés Bello, acepté - no sin dificultades- la dirección de la Escuela de Psicología e inmediatamente armamos un programa de estudios con un claro sello psicoanalítico. Si bien en la Escuela la formación era heterogénea en orientaciones profesionales, incidimos profundamente con la orientación psicoanalítica. Este gesto era inédito en la formación universitaria chilena, el psicoanálisis siempre fue muy marginal. Las asignaturas que intencionamos con una impronta psicoanalítica  fueron: Psicología del Desarrollo; Psicología y Producción Cultural; Post-freudianos; Clínica y Estructuras (un año dedicado a las bases del psicoanálisis lacaniano); Introducción al Psicoanálisis (un año dedicado a Freud); asignaturas electivas, la mayoría de orientación psicoanalítica y, finalmente, un Consultorio Clínico también orientado en la línea psicoanalítica. No sin dificultades y resistencias fue posible aumentar la planta de académicos jornada, entre otros asuntos, para que se hicieran cargo de las supervisiones en el campo clínico. La mayoría de esos docentes fueron elegidos - según lo que era mi propia convicción -  entre ex estudiantes de la misma universidad y ex estudiantes de la Universidad Diego Portales. Especial importancia dimos al campo de la Filosofía y la Producción Cultural, de manera que se eligieron docentes a quienes se les encargó preparar tránsitos con la teoría psicoanalítica. En el Postgrado, anexado a la Escuela de Psicología, se proyectaron Diplomas que luego se convirtieron en Magister y, finalmente, se constituyó, si no el único, al menos el primer Doctorado en Psicoanálisis de América Latina. Es interesante hacer notar que ese Doctorado no hizo uso o abuso del apoyo en un nombre ficcional que siempre aparece con el significante: “en psicología con mención”, lisa y llanamente lo denominamos Doctorado en Psicoanálisis. Las discusiones  fueron acaloradas pero, finalmente, logramos hacernos cargo de la tentativa nueva de no apellidar el Doctorado y en definitiva  hacernos cargo de un Doctorado en Psicoanálisis. Para su concreción busqué aquello que me impulsaba desde el comienzo: establecer una inédita, amistosa, y académica relación con miembros analistas, esta vez, de la institución madre: la Asociación Psicoanalítica de Chile (A.P.Ch.). El espacio de un Doctorado Universitario en Psicoanálisis podía hacer converger las tradiciones y orientaciones psicoanalíticas más importantes de nuestro país y generar una esclareciente y sana convivencia en la discusión académica. El psicoanálisis, también ahora confrontado a otros saberes de las ciencias, podía además, hacer un ejercicio explícito y anhelado - al menos en las intenciones - de un real juego transdisciplinario. Aún hoy, pienso, que este ejercicio es preferentemente posible en la Universidad, en la medida en que el psicoanálisis debe - y no le queda otra alternativa - cotejarse con otras disciplinas científicas al interior del campo académico y despercudirse, al menos un poco, de los sesgos de carácter institucional que muchas veces lo enceguecen. Es así como por primera vez en una plataforma universitaria se juntaban, para trabajar en conjunto, analistas clásicos y lacanianos. Todos los que se dieron cita pertenecían al segmento de los más renombrados y capacitados para hacer docencia de postgrado. Kernberg, nuestra querida celebridad, y el analista lacaniano Raúl Courel, que era el decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires fueron las primeras invitaciones que dieron apoyo a este particular proyecto universitario del psicoanálisis. Desde rectoría me propusieron traer al Dr. Mario Gomberoff, psicoanalista (A.P.Ch.), Maestro de la Psiquiatría y Profesor Titular de la Universidad de Chile, como Director del Doctorado. Además de los ya nombrados, nos visitaron del exterior importantes psicoanalistas: Dr. Néstor Braunstein, Dr. Glen Gabbard, Dra. Paulina Kernberg, Dr. Isidoro Vegh, Dra. Alba Flesler, Dr. Alfredo Eidelsztein, Dra. Pura Cancina, Dra. Monique David- Menard, Dra. Amelia Imbriano, Dra. Marta Gerez-Ambertín, Dra. Diana Rabinovich, Dr. Marcel Czermak, entre otros. 


Una de las particularidades de este Doctorado es que dependía, en primera instancia, de la Escuela de Psicología de la cual yo oficiaba como su director, de tal manera que la relación era muy directa y permitía, al mismo tiempo, hacer extensión académica con nuestros invitados internacionales a través de Seminarios, Encuentros y Coloquios. Los profesores jornada de la Escuela también realizaban actividades de postgrado, especialmente los de orientación psicoanalítica. En este sentido, se puede apreciar la importancia que los Programas de Postgrado y especialmente el Doctorado tenían para el trabajo académico, difusión y extensión universitaria de la Escuela de Psicología, marcando un sello profundamente psicoanalítico a todo el programa universitario.


Cuando se inició en nuestro país la fiebre de las acreditaciones de los Programas Universitarios, comenzamos a visualizar algunos problemas en el Doctorado en Psicoanálisis de la Universidad Andrés Bello. O garantizábamos la temática fundamental, es decir, el psicoanálisis, o entrabamos en la lógica de los estándares, de las mediciones pseudo-académicas; esa hipertermia global y mercantilista que, con el auspicio del discurso de la ciencia intenta medir y comparar todo con el supuesto de garantizar la calidad. Gran parte del equipo de los profesores jornada, casi todos supuestamente trabajando en la orientación lacaniana ( la tradición clásica estaba asegurada por los profesores de la A.P.Ch. y estaban contratados por horas), se oponían a contrataciones de psicoanalistas que no tuvieran el grado académico, entregando, a mi juicio, la especificidad psicoanalítica al estándar de los procesos de acreditación. Hay que considerar que a la mayoría de los analistas, por muy prestigiosos que sean, no les interesa ese grado. Su formación es paralela, no universitaria y no por ello menos seria. La Universidad tampoco, por otro lado, favorecía la contratación de suficiente equipo académico para poder solventar un proceso de acreditación. Es así cómo me vi enfrentado a la obligación de buscar académicos con los grados y bajar la guardia respecto de la especificidad del psicoanálisis. Lamentablemente esta iniciativa desperfiló el Doctorado dando curso a la orientación de un nuevo equipo de profesores que, a falta de formación en psicoanálisis, desvió los ejes temáticos hacia la filosofía y la antropología. Los psicoanalistas, finalmente, por razones variadas, dejaron ese Doctorado.

Antes de estos acontecimientos, el programa de Doctorado, siempre junto a las iniciativas de la Escuela de Psicología, nos permitió por primera vez establecer relaciones con la orientación psicoanalítica Milleriana. Es así como también nos visitaron: Dr. Daniel Millas. Dr. Leonardo Gorostiza, Dr. Jorge Chamorro, Dra. Silvia Elena Tendlarz, Dra. Mónica Torres, entre otros. Con el aporte de una de las académicas-jornada que reemplazaba a un académico que hacía su doctorado en París, viajamos a Buenos Aires y sostuvimos entrevistas para examinar fórmulas de encuentro y posibilidades de auspicios entre la Universidad y la Institución Milleriana[11]. Nuevamente hubo resistencias de parte del equipo estable de la Escuela de Psicología, a mi juicio, por las dudas y ambivalencias ante un cierto lacanismo milleriano que exige una lectura acuciosa de la obra de J-A.Miller y que se presentaba con un estilo institucional muy comprometido con un gran sólo líder.


La Escuela de Psicología se amplió a tres sedes: Santiago, Viña del Mar y Concepción. El plan de estudio debía ser el mismo para las tres. En Viña del Mar y Concepción no contábamos con un equipo preparado que pudiera asumir las responsabilidades académicas del sello psicoanalítico, por lo que propuse nuevamente, y no sin resistencia del resto del equipo estable de profesores (al igual que en años anteriores había ocurrido en la Universidad Diego Portales), que contratáramos a ex estudiantes o recién egresados de la misma Universidad. En Viña del Mar fue posible realizarlo con ex estudiantes de la sede Santiago que cursaban estudios de postgrado en psicoanálisis. En Concepción fue un poco más difícil, pero logramos la contratación de un Director para la Carrera con el grado de Doctor.


Luego de que varias generaciones de estudiantes del Magister egresaran y luego de que tres candidatas al grado de doctor se titularan, el programa de Doctorado ingresó en una especie de estado de aletargamiento por la dificultad de estar en condiciones para ser acreditado. Había suficientes psicoanalistas de prestigio, pero muy pocos con posibilidades de ejercer jornadas estables. Tampoco tenían grados académicos. Por otro lado, la Universidad no ofrecía apertura de cargos académicos. Mi primera opción era apostar por la especificidad del psicoanálisis, es decir, arriesgar la acreditación y continuar con un equipo de psicoanalistas, sin embargo, el equipo estable de profesores de la Escuela sostuvo que no podíamos realizar un doctorado sin proyectarlo a una futura acreditación, cuestión que parecía muy razonable. Es así como indagué, entonces, en un cierto perfil académico, con grados y todo lo necesario para que asumiera la dirección del Doctorado. De ahí en adelante todo lo que se proyectó terminó siendo un desperfilamiento de la temática central del Doctorado. Definitivamente, el psicoanálisis cedió a los embates del perfil de los nuevos académicos que se hacían cargo del Doctorado. La antropología, la etnología y cierta filosofía fenomenológica rigieron en este nuevo ciclo. En definitiva, el Doctorado tuvo que ceder ante la presión de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de ser absorbido por la misma Facultad, quitándole responsabilidad a la Escuela de Psicología. Esta estrategia surgió desde el Decanato, con complicidad de una Vicerrectoría, del nuevo director del Doctorado y de parte del equipo académico de profesores jornadas. De aquí en adelante la historia es muy reciente para ser abordada, de manera que lo dejo aquí, tras más de dos años de ya no estar implicado en los proyectos de la Universidad Andrés Bello.


Referencias

Gomberoff, E (2003). Identidades, Psicoanálisis, Universidad y Transmisión: Una historia Chilena. Encuentros. Publicación del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires, N25. Año XII, 26- 31

Gomberoff, E (2009). Psicoanálisis en Chile. Once claves de interpretación. Intervalo. Revista de Psicoanálisis, N1. Año 1. Escuela de Psicología, Universidad Andrés Bello. 125-148.

Gomberoff, E (2010). Notas históricas de la psicología en Chile. En M. Laborda y V. Quezada.

Notas históricas de la psicología en Chile  (pp.215-243). Santiago, Chile. Editorial Universitaria


[1] Versión transcrita de una serie de entrevistas realizadas por estudiantes universitarios especialmente interesados en la historia del psicoanálisis lacaniano en Chile.

[2] Una versión transformada y re-editada es la que aparece como primer capítulo de este libro.

[3] Institución Psicoanalítica fundada por Jacques -Alain Miller.

[4] Nos referimos al psicoanalista francés, Charles Melman.

[5] En esos tiempos en Chile, era muy difícil conseguir libros de psicoanálisis, menos aún de la orientación lacaniana.

[6]  Nos referimos a esa escena en que Ignacio Matte- Blanco ejercía como maestro, amigo y analista a la vez.

[7]  Analizante es el término empleado por Lacan en lugar del término analizado o paciente. Indica que el Sujeto no se dirige al analista para hacerse analizar, ya que es él quien tiene la tarea de hablar, de asociar, de seguir la regla fundamental, sin suprimir la responsabilidad particular, claro está, del analista en la conducción de la cura.

[8] Todos los textos de autores lacanianos, menos los de Lacan, eran nombrados por nosotros, de esa manera: “pasquines lacanianos”.

[9] La Escuela de la Causa Freudiana es aquella fundada por J-A Miller.

[10] Los Foros Analíticos es una institución fundada por la psicoanalista francesa Colette Soller, antigua correligionaria de J- A Miller.

[11] Se trataba de la psicoanalista argentina Silvia Macri, quien posteriormente formará junto a otros, la N.E.L de Santiago de Chile, Escuela dependiente de la A.M.P. fundada por J-A Miller.

 
 
 

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